jueves, diciembre 07, 2006
jueves, noviembre 23, 2006
Aurora
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lunes, noviembre 06, 2006
El plátano de la felicidad
- Y el plátano…, ¿quién va a cuidar de él?
- ¿Otra vez con eso? – rezongué por enésima ocasión en la semana – Siempre es lo mismo con vos. Nunca podemos disfrutar de ninguna salida si estás a más de 10 metros de ese árbol estúpido.
- Ricardo, vos no me comprendés. Ese árbol estúpido como vos le llamas – y comenzó con su característico tono nostálgico – es el único recuerdo que me queda de mi abuela Adela. Todavía me retumban en el oído sus últimas palabras…
- “Cuide a mi plátano m’hijata.” – completé la frase imitando la voz de aquella vieja sin dientes, abuela de Renata.
- No seas así. Ella nos dejó la casa y lo mínimo que podemos hacer es mantenerla y cuidar de todo lo que hay en ella. – repuso.
Me pasé toda la semana buscando a un buen casero, hasta que por fin Renata se convenció de que el hermano del alemán de la esquina cuidaría bien de la casa. “Me dijo que trabajó en un vivero”, comentó contenta, mientras viajábamos hacia el aeropuerto. Una vez que subimos al avión, se hizo más notorio el cambio que había en ella. Pareció disfrutar el viaje, pues comió a granel y bebió vino tinto, cosa que únicamente hacía cuando se sentía muy relajada. Lo mejor de todo, no hizo ni una sola alusión al plátano.
Los folletos de los paquetes turísticos suelen ostentar lujos y comodidades dignos de la realeza, una pena que cuando uno llega a destino ya se han desvanecido.
Renata y yo lo comprobamos ni bien colocamos un pie en el hotel. En el mostrador no había nadie, así que tocamos la campanilla durante largo rato hasta que el encargado (vestido con ese tipo de trajes que usan los mayordomos), hizo su acto de presencia. Nos dijo que se llamaba Demetrio, estrechó mi mano y besó la de mi esposa, gesto que consideré demasiado atrevido a pesar de que se tratase de “un signo de sus buenos modales, algo que vos deberías imitar”, como recalcó Renata en la cena.
Al día siguiente nos levantamos a primera hora para recorrer los distintos lugares de interés cultural que Demetrio había recomendado a mi esposa. Para mi gusto, rotundamente aburridos, pero Renata estaba sumamente encantada por los aires de mundo de ese pingüino de hotelucho de cuarta, de modo que no pude rehusarme. Nuestro tour duró hasta el mediodía, para entonces ya no podía frenar mis deseos por ir a alguna playa y nadar en el mar; Renata se excusó diciendo que estaba cansada y decidió volver al hotel.
La arena, el agua y el sol fueron una combinación fatal para mí. Cuando estuve de regreso, no sólo esta exhausto sino que casi no podía moverme porque me había tostado en demasía. Renata llamó al pingüino y este prometió que enviaría por un médico. Como me temía, había sufrido una tremenda insolación que iba a dejarme el resto de la semana en cama.
- Si te hubieras venido conmigo, esto no te hubiera pasado. – me regañaba Renata mientras me untaba la crema que me había prescripto el médico – Demetrio ya me lo había dicho, el sol estaba muy fuerte. – agregó con un tono que me disgustó - Ahora nuestras vacaciones están arruinadas.
- No digas eso. Vos podés salir mientras yo me recupero.
- ¿Y dejarte acá?
- Prefiero eso a que estés aburrida, encerrada en este cuarto y te den ganas de volverte.
Los días transcurrieron, Renata se iba temprano y regresaba entrada la tarde. Yo me mostraba indiferente, aunque por dentro me moría de ganas de acompañarla. Pero ella ya no se acordaba del plátano y eso era un gran avance. En cuanto estuviera un poco mejor, volveríamos a pasar buenos momentos juntos. Me había prometido a mí mismo que luego de este viaje, lograría que Renata hiciese lo que yo quisiera; lograría que dejase ese trabajo odioso y se hiciera ama de casa permanente, lograría que le dijera adiós a ese árbol inútil.
Esa noche, mi esposa no volvió a la hora habitual. El sueño me estaba ganando, escuché que el reloj marcaba las 11 y después…caí dormido. La mañana siguiente, desperté totalmente recuperado, busqué a Renata a mi lado y no la hallé. Me recorrí cada fracción del hotel sin encontrar rastro de ella. Entonces me dirigí al mostrador, con la esperanza de que el pingüino supiese algo de ella, pero…
En su lugar había otro sujeto y cuando me le acerqué, lo primero que me dijo fue que como Demetrio había renunciado el día anterior, se estaba realizando el cambio de administración.
- Me importa muy poco. – respondí cortante – Lo que quiero saber es si mi esposa no dejó algún recado diciendo a dónde iba a estar.
- Espere un segundo, creo que vi algo por aquí. Ah, si. Tome.
Leí la nota, la estrujé en mis manos y salí como una ráfaga de ahí.
“Ricardo:
Estas vacaciones me hicieron abrir los ojos. El plátano era una excusa para no admitir el grave error de nuestro matrimonio. Ahora conozco el amor, ahora que tengo a Demetrio conmigo conozco el sabor de la felicidad.
Por favor, no me busques.
Renata”
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viernes, octubre 27, 2006
Alquimia
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sábado, septiembre 30, 2006
Cómo decirte
tu huésped seré esta noche,
y cumpliré tus deseos,
sin emitir ningún reproche.
pues cuando despiertes
me habré perdido de tu vista.
Estoy libre de pasiones,
no me persigas,
no me rindas culto.
Mi corazón todo lo resiste
porque está oculto.
no te hagas el ofendido.
Si encuentras tu cuarto vacío
date por vencido.
Sueños no tengo, tampoco esperanzas
y mucho menos, un alma.
Simplemente, nunca me despido:
yo volteo con calma
y prosigo mi camino.
Es muy sencillo,
no pienso amarte.
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domingo, septiembre 17, 2006
Sopa de letras
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Complejos preteritos
Si me anhelas,
si te cubres con mis brazos,
si te cobras con mis besos,
si te pierdes entre mis senos,entonces…
Yo puedo apartar mis recuerdos,
yo puedo enmudecer mis proyectos,
yo puedo suprimir mis miedos;
y alzar el pecho,
recorrer tus deseos con una mirada,
iluminar tus ojos con una sonrisa,
danzar mis labios sobre tu cuello,
y repetir este ciclo,
por siempre,
para siempre,
junto a ti.
Pero ante todo,
hay algo que debes saber,
yo no gusto de comparaciones:
no soy historia antigua,
ni amor de copia,
ni mujer repetida,
esa no soy yo.
Yo no puedo sembrar en la hiedra,
yo no puedo nadar en el vacío,
yo no puedo vivir hacia atrás;
y quebrar mis fuerzas,
beber mi boca del veneno,
violentar mi voz por el desprecio,
ahogar mis ojos en el silencio…
esa no soy yo.
Entiende,
aquella se alquiló otro espacio,
aquella se apartó de escena,
aquella no volverá.
Ella es pasado,
yo soy presente.
Estoy a tu lado,
quita la última espina,
limpia este camino.
Hacia ti va la alegría,
toma mi mano.
Apuesta a este día,
todo te será dado,
mas no me quieras por analogía.
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Que no daria...
Que no daria yo
por proyectar sobre tu almohada
el destello de mi alma.
Que no daria yo
por perder entre tus mantas
la avidez de mis entrañas.
Que no daria yo
por extraer de tu mirada
una pizca de esperanza.
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Tu
Yo, doncella taciturna.
Tú, caballero errante.
Tú, que con la soltura de tu andar
cautivaste mis suspiros.
Tú, que con el perfume de tu aliento
embriagaste mis sentidos.
Tú, que sin preverlo
transitas mi camino.
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5 minutos II
Malvina permaneció pensativa, escrutando cada movimiento del rostro de Franco. Él... al parecer, estaba, quizás, ¿turbado?, pensó ella tratando de leer su expresión. ¿Qué fue lo que no entendió? ¿Y con qué razón quería indagar en los motivos del rompimiento? Tal vez pensaría en el qué dirán de sus amigos, como siempre lo hacía, como siempre lo hizo...
Ya desde el primer día en el que se habían encontrado, Malvina había sentido una enorme atracción hacia Franco. Lo había visto con el alma destrozada y el corazón partido. Desconocía las causas que lo habían llevado a tal extremo, pero como respuesta a aquel triste descubrimiento en el interior de Malvina comenzó a gestarse un fuerte sentimiento. Entonces ella no pudo evitar demostrar su preocupación y actuó con toda naturalidad, como si ese muchacho no fuese un total desconocido: le ofreció un hombro en el cual descargar sus penas. Al poco tiempo se hicieron muy unidos y compartían cada momento que podían. Franco iba recuperándose día a día de la pérdida de su madre y Malvina creía que no se había equivocado al hacerle caso al amor que se estaba expandiendo dentro de ella. Por desgracia, muy pronto tuvo la desdicha de conocer la otra cara de su relación con Franco. Desde un principio Malvina se había dicho a sí misma que con tal de salvaguardar su amor, sería capaz de enfrentar cualquier obstáculo; porque creía que mientras permaneciera al lado de Franco, nada le faltaría. Mas las acciones de Franco se encaminaron hacia otros rumbos. Él pretendía estar con ella, pero a la vez no podía desprenderse del resto del mundo. Él siempre le recordaba que sostener aquella relación le reportaba grandes sacrificios y conflictos: porque él tenía una posición económica bastante placentera y ella venía de un hogar modesto; porque su padre era uno de los benefactores del colegio y uno de los hombres más influyentes dentro de la institución y ella era tan sólo una alumna becada; porque sus amigos le decían que ella era una interesada y por eso él, en cada ocasión en la que intentaba defenderla, terminaba discutiendo con ellos, etc. Y aunque Malvina reconocía todas esas trabas, no podía dejar de notar que Franco estaba tan pendiente del mundo exterior, que descuidaba su mundo interior y, con ello, permitía que ella se sintiera cada vez más relegada.La vacilación de Malvina iba en aumento, a pesar de que ella intentaba poner todo su empeño para no pensar en ello. Hasta que un día sucedió algo que terminó por dilapidar la poca firmeza que todavía tenía la relación. Aquello había ocurrido un par de días atrás, en el cumpleaños de Franco. Con ayuda de algunos de sus allegados, Malvina le había organizado en el colegio una fiesta sorpresa. Había pasado varias semanas planificándolo todo, atendiendo hasta el más ínfimo detalle, y cuidándose de que Franco no se diese por aludido. Al final, la fecha señalada había arribado y la celebración se estaba llevando a cabo con mucho éxito. Malvina se sentía satisfecha pues, él se veía sorprendido y feliz, disfrutando de su cumpleaños. Parecía que nada podría alterar aquel día ideal, hasta que llegó el momento de traer el pastel. El homenajeado estaba sentado a la cabecera, el pastel delante de él, sus amigos le rodeaban y cantaban con ánimo. Malvina era la encargada de apagar las luces para dar una ambientación más apropiada al momento, por lo que tardaría algunos instantes en regresar. Pero cuando Malvina cumplió con su tarea y volteó el rostro en dirección a la mesa, el alma se le cayó al suelo. Franco no había advertido que ella no estaba presente, o tal vez lo había notado y tampoco se había molestado en aguardarla. Fuese como fuese, él ya había pedido sus deseos, soplado las velas y ahora estaba saludando al resto de los invitados. Malvina quiso acercársele, abriéndose paso entre la multitud, mas le fue imposible. Le gritó, le hizo señas con las manos, pero tampoco tuvo suerte. Todos sus intentos por llamarle la atención fallaron. Como una persona fuera de lugar, Malvina contemplaba estupefacta aquella escena: Franco se hallaba alegre y divertido, parecía ser que nada más le faltaba. Todo le indicaba que ella era quien estaba de sobra.Recién cuando la fiesta se hubo acabado y todos se hubieron ido a sus respectivos dormitorios, Malvina pudo alcanzar a Franco. Se aproximó y le rozó el hombro, mas este le apartó la mano con un gesto desdeñoso, argumentando que estaba demasiado cansado y que se iría a dormir de inmediato. Y a partir de aquel incidente, Malvina supo que no se equivocaba al pensar que ella estaba ausente en el corazón de Franco.Como en cada momento compartido, los recuerdos no se apiadan en demostrárselo. Como todas las veces en que ella había quedado en segundo lugar..., siguiéndolo, teniendo la certeza de que él quizás ni la notaba..., que sólo la veía cuando estaban sin testigos... Ellos se iban distanciando día a día, y Franco jamás se había dado por enterado. Y en el momento presente, el hecho de que él no se diese cuenta de lo que ella había sentido a través de aquella tortuosa relación, la hacía volver al punto de donde había partido: Malvina no podía aspirar a otra cosa que no fuese estar en segundo rango en la vida de Franco.Sin embargo, al salir de sus pensamientos volvió a contemplar el rostro de Franco y con sorpresa se percató que había algo en él que la relajaba. Tal vez, después de todo, podía ser que… él estuviera comenzando a asimilar la verdad. Malvina sonrió con tristeza.***— ¿Qué fue lo que no entendiste? —preguntó calmada.— ¿Qué me explicaste, que yo no pude haber entendido? — le espetó Franco con tono sarcástico. Ya no lograba captar nada de lo que podía llegar a pasar por la mente de Malvina. Ahora la encontraba calmada, con rastros de melancolía en su faz. Aquello no le gustó para nada. Prefería que continuase con su llanto, eso le daba más esperanzas y fuerzas para animarse a preguntar. — ¿Qué quieres decir? — inquirió la chica sin perturbarse¿Acaso se hacía la desentendida para que Franco tuviese que interrogarla abiertamente? ¿Acaso pretendía que él le implorase ante sus pies? El chico dudó en continuar. Malvina comenzaba a impacientarlo, y él no sabía como seguir. Vaciló, antes de hablar, con la voz un tanto áspera, ya que sentía que ella, inconcientemente, estaba ejerciendo una fuerte presión sobre él.— ¿Por qué estás rompiendo conmigo?¿Cómo contestar al interrogante?, se dijo la chica. Y otra pregunta la invadía sin aún haber tratado de formular la respuesta de la anterior: ¿Importaba ya? Malvina se encontró sin nada que decir. Pero debía juntar valor y explicárselo, sin reproches. Porque empezaba a comprender que si Franco no se había dado cuenta del gran dilema que había tomado forma delante de sus propias narices, no era del todo culpable. Él nunca le había mentido, ni prometido más de lo que daría, porque, en realidad, no le había prometido nada. Era sólo su manera de ser. Si no la aceptaba, era el problema de ella. Y ella ya no podía vivir así. Era sencillo.— Porque... — titubeó, buscando las palabras adecuadas. Pero no había nada más simple que las que se le soltaron al mismo tiempo que las lágrimas volvían a abultarse en sus ojos — …tú no me quieres. — trató de recobrar la compostura, no quería dar lástima. Buscó su mirada, dándose cuenta de que Franco no esperaba esa respuesta. Decidió ir con la verdad, tratando de aparentar un porte decidido. — Porque, aunque suene cursi y fantasioso, cuando empezamos a salir, yo esperaba que lo hicieras. Porque, poco a poco, me fui percatando que había otras cosas, muchas otras cosas, más importantes antes que yo. Yo estaba dispuesta a pelear contra ello. Es más, lo hice durante mucho tiempo. Pero nunca te percataste de mi lucha y mucho menos de mi derrota. Resolví terminar contigo porque… — volvió a estallar en lágrimas sin poder contenerlas — …eso me duele... muchísimo. Y no lo pudo aguantar más.Franco había quedado aún más anonadado de lo que había estado cuando la oyó decir, al principio de su conversación, que lo dejaba. Y se le encogió el pecho de angustia. Se había quedado estupefacto, sin saber si alegrarse de que tal vez haya una reconciliación, o tirarse a llorar con ella por todo lo que ésta había sufrido. Sabía que volver con ella iba a significar un golpe bajo a su orgullo. Tenía que sondear el terreno para ver cuánto había sido golpeado el de ella. Y ver si en realidad podía darle lo que ella necesitaba.Se aproximó un tanto hasta quedar a tres escalones de distancia. Notó que Malvina trataba de apaciguarse al verlo acercarse. Y con la expresión más calma que pudo mostrar, le espetó:— ¿No pudiste haberme dicho esto antes de que tomaras una decisión?— ¿Hubiese cambiado eso las cosas? Sonaría todo como reproches, y te pondría aún más en contra mío.— Tal vez hubiesen sonado como reproches... — murmuró, pero las palabras murieron sin terminar la oración. Sin embargo, aquello le hubiese advertido que algo andaba mal; y, de alguna manera, hubiese intentado revertir la situación sin llegar al extremo en el que se encontraban ahora, reflexionó él. Apartó los ojos de los de ella, pensando en una forma de revertir la dirección en que iban las cosas. Comenzó a meditar en las veces en que ella decía que él ni la notaba... pero Franco estaba plenamente conciente de que Malvina lo acompañaba... ¿Qué más quería? ¿Que él estuviera pendiente todo él día de ella, y que todos lo vieran? Franco estaba pendiente, sólo que nadie debía saberlo, ni siquiera la misma Malvina...— Entonces llegamos a la misma situación — emitió la joven tratando de interpretar su silencio. Obviamente, Franco no tenía nada que decir. ¿Qué esperaba ella? Se arrepintió de haber permitido que la fe que aún depositaba en esa moribunda relación quisiese dominarla una vez más. Por un instante ella había creído que.... — Escucha, yo no aspiraba a que fueses un hipócrita por un simple capricho mío... Lo que sentía por tí era auténtico. Incluso traté de darte señales de alerta y tú fuiste indiferente a ellas. Por eso me dije a mí misma que ya nada podía hacer, que el cambio debía nacer de tí.Franco vio su rostro, impregnado de una debilitante resignación. Él no deseaba mentirle. Tal vez no podía ni podría darle lo que ella quería. El pánico comenzó a asaltarlo. Encontró su mirada, y se las ingenió para esbozar una frase, aunque sin saber adónde quería llegar. Sólo ansiaba tenerla devuelta.— Malvina, debes saber que no puedes ser la razón principal de todo lo que hago. Yo tengo amigos, una familia de buena posición, los estudios...Malvina miró hacia arriba, con aire exasperado. Luego volvió sus ojos hacia él, y le dijo, ya impaciente, pero con una suave expresión:— Es que yo no quería eso. Todavía no entiendes. Yo sólo deseaba que me quisieras. Podíamos vernos sólo una vez a la semana, pero con tal de saber que me querías, yo era feliz. Yo te iba a seguir donde sea, estar después de cualquier situación, con tal de saber que me amabas de la misma forma que yo lo hacía. — Malvina hizo una pausa para luego continuar. — Creo que ya se nos han terminado los 5 minutos.Los argumentos se le habían acabado, y ya no tenía nada que añadir. Trató de no volver a llorar al contemplarlo tan impasible como siempre; Franco permanecía mudo, no pensaba pronunciar palabra alguna. Entonces, llena de vergüenza ante las lágrimas que no dejaban de fluir, ella comenzó nuevamente a ascender por las escaleras.— Pero, yo... — soltó Franco, desesperado. Malvina apresuraba el paso y no tenía intenciones de mirar hacia atrás. La había descuidado, había permitido que su amor propio, su arrogancia, lo separaran de la persona que tanto quería... pero que nunca se lo había dicho. Durante todo aquel tiempo...eso era todo lo que ella deseaba.Entonces subió con los escalones que le faltaban para alcanzar a Malvina y la tomó de la mano. Ella se detuvo, mas no volteó el rostro. Franco se le acercó aún más y le dijo al oído —...te quiero. ¿Es que acaso no lo sabías?
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lunes, julio 24, 2006
Labios enemigos IV
Durante las semanas anteriores a mi viaje, muchos aspectos de nuestra relación estaban cambiando. Nos habíamos conocido íntimamente, sin embargo yo sabía que aquello no era garantía de estabilidad. Cosas que nunca antes nos habían ocurrido - como por ejemplo, éramos incapaces de entablar una conversación fluida - nos estaban impidiendo despejar nuestras imprecisiones interiores. En el fondo, yo albergaba la esperanza de que para aquella fecha especial, ambos estuviésemos listos para hablar con profundidad.
Al regresar de mi viaje, los exámenes finales se me vinieron encima y eso me mantuvo dispersa durante varios días. Pero al cabo de una semana, en el día señalado, estaba libre nuevamente, a la espera de que él recordara nuestra salida y se comunicara para concretar los detalles. Esperé, esperé y esperé… una llamada que parecía retrasarse cada vez más. Tuve que contenerme para no marcar su número. Oír su voz me hubiera tranquilizado, mas me dije a mí misma que debía ser paciente, que era su tiempo de ceder, no el mío. Si nuestra relación tenía algún valor, él debía de acercarse. Pasaron algunas horas…Quería mantenerme firme en mi determinación y a la vez sentía que mis fuerzas escaseaban, que al final sería yo quien volvería a arriesgarse. Necesitaba actuar de algún modo o mi desesperación iría en aumento (resistir, de eso se trataba; resistir, antes de que todo llegase a su fin).
Al tercer día, vencida por mi impaciencia, instintivamente me dirigí a mi habitación, decidida a tomar la agenda telefónica y comunicarme con él. En circunstancias normales encontrar la libreta en cuestión me hubiera tomado un par de segundos, pues estaba segura de que esta se hallaba en una de las gavetas de mi escritorio. No podría explicar cómo sucedió, pero lo cierto es que revolví todos los cajones del escritorio, de la mesa de luz y del armario sin resultados satisfactorios. El único sitio que me quedaba por revisar era entre los estantes de la biblioteca. Para estas alturas mi desesperación se había transformado en rabia, perdí todo tipo de delicadeza en el trato de los libros y comencé a arrojarlos descuidadamente, ansiosa por hallar mi agenda.
Convencida de que ese día estaba perdido, estaba a punto de abandonar mi empresa cuando me topé con un cuaderno que no reconocía como propio. No tenía nada de especial, claro está, era un simple anotador - de tapa flexible y hojas finas sin rayas - de esos que se utilizan para tomar apuntes o realizar bocetos. Recorrí sus páginas para comprobar si había algo escrito pero en cada una de ellas se repetía el mismo escenario: su incorruptible blancura parecía indicarme que no se había estrenado. Llegué a la penúltima carilla, casi segura de que en la próxima no hallaría diferencia alguna, pero la delgadez del papel traslucía el anverso y eso me permitió detectar que había algo escrito. Volteé la página y me encontré con lo siguiente:
Unas gotas de rocío
escapan de tus pupilas
para emprender vuelo.
Y se elevan a los cielos:
clamando por justicia,
clamando por tu duelo.
***
Duelo… irónicamente esa era la última palabra del pequeño poema. Duelo… así era como me sentía en ese momento. Me creía una niña tonta que una vez más se había atrevido a creer en alguien y a quien, para no romper con la racha, volvían a dejar como a un juguete que pasa de moda. Sabía que si yo no exteriorizaba mi decepción, mi tristeza pasaría desapercibida. Pero tenía frente a mis ojos un cuaderno en el cual podía escribir, allí estaba la oportunidad de manifestar mis emociones.
Resolví que no aguardaría su llamado ni intentaría comunicarme con él. Ignoraría todo lo que me rodeaba y me dedicaría de lleno a relatar mis vivencias. Así fue como inicié esta especie de diario, contando cómo me había enamorado por primera vez, el fracaso de esa relación y la aparición de esta nueva persona, la cual temía que también me hiciese completar el "ritual del decir". Pero eso todavía no ha sucedido con la persona actual, esas palabras son efecto de mi imaginación, producto de una predicción incierta.
Después de un semana de largo meditar, hoy tomé mi última decisión. Retomé la búsqueda de mi libreta y esta vez los resultados fueron satisfactorios. Lo llamé para decirle que necesitaba verlo, sin más explicaciones. Al principio él se quedó extrañado, como si de súbito recordara nuestra promesa y quisiese enmendar su olvido cumpliendo ahora con nuestra cita pospuesta. Le dije que sí a todo, sin presentar queja alguna.
Esta tarde, nos encontramos. Los murales que cubrían las paredes de la galería nos acompañaban con sus matices silenciosos. Observábamos el escenario que habíamos escogido como si fuésemos dos desconocidos que estaban allí por mera casualidad. Hubo un tiempo de caminata redundante, de pasos esquivos, de contemplaciones en solitario. Sin embargo, ya no podíamos continuar haciendo garabatos sobre nuestros sentimientos. Había que salvar ese trecho que nos distanciaba, y él decidió actuar. No cambió de actitud, pero pude percibir que hallarnos en aquella situación, a aquellas horas, habiendo transcurrido unos días de la fecha crucial… todo ello estaba tomando forma en sus ojos. Su mirada era acusadora y las palabras que salieron de su boca estaban llenas de reproches. Los mismos descuidos, la misma indiferencia, los mismos sufrimientos que yo le recriminaba en mi interior, se replicaban en el espejo de su alma y me señalaban como la culpable.
Se que podría haber protestado y expresado mis propios reproches, pero me cansé de hacerlo. Aún me resulta dificultoso aceptarlo, pero ahora veo que él supo aprovechar el distanciamiento para juntar fuerzas y abrirme el candado de su alma. Me encontraba al borde del abismo, no estaba preparada para exponerme cómo él lo estaba haciendo y a la vez creía necesario responderle con ese mismo gesto. Pero no pude, me paralicé. No pude, lloré. No pude, escapé. No pude, le fallé.
***
Este ha sido mi espacio de reflexión. Pero siento que si continúo encerrada entre estas páginas, jamás voy a poder salir de la clandestinidad. No quiero seguir agonizando por el pasado. No, no quiero eso para mi vida. Quiero conocer el sabor de la dicha. Pero hasta el momento mi felicidad no ha podido ser de otra forma que de a cuotas. Me doy cuenta que con la persona actual no había podido vivir un situación de alegría ininterrumpida porque también él tenía sus propios fantasmas… la gran diferencia es que mientras él logró extirparlos sincerándose conmigo, yo trato de negárselos. Y él sabe que eso es una fachada para esconder mis miedos. Por eso enmudeció durante tanto tiempo, por eso dejó de buscarme, por eso permitió que me sintiese abandonada. Algunas crueldades son necesarias.
Escribo estas últimas líneas como testimonio de un ciclo terminado. En unas horas este cuaderno llegará a destino: estará en las manos de la persona que amo y espero sepa disculparme por haberle recelado mi pasado. Él es el único que puede perdonarme. Hoy desperté de mi letargo. Mañana puede ser el comienzo de nuestra verdadera historia.
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lunes, julio 17, 2006
No se habla
Quisiera saber dónde se perdieron tus encantos.
Quisiera saber cómo podría recuperarlos.
Quisiera saber por qué recordarte me parece un espanto.
Y digo: "YA. BASTA. DÉJAME."
Porque no hay forma, porque no hay tiempo.
Porque se quebró tu vida.
Porque no soporto tus idas y venidas.
Y digo: "YA. BASTA. DÉJAME."
Quisiera saber a dónde partieron tus labios.
Quisiera saber cómo podría recuperarlos.
Quisiera saber por qué anhelarte me produce un colapso.
Y digo: "YA. BASTA. DÉJAME."
Porque no hay forma, porque no hay tiempo.
Porque se quebró tu vida.
Porque no soporto tus idas y venidas.
Quisiera… Pero, "YA. BASTA. DÉJAME."
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Primera tristeza
Mi tristeza es en tus hombros
de un sentimiento, el resultado errado.
Agua que humedeces mis párpados,
con amargura te concede el paso,
aquel caballero que no me ha amado.
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Miradas
Si tus ojos se posasen
sobre los míos,
comprobarías, alma de mi alma,
que no son mis labios
dilatación del momento,
sino fiel reflejo
del amor en un beso.
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5 minutos
Asomaba a sus ojos una lágrima
Y a mi labio una frase de perdón;
Habló el orgullo y se enjuagó su llanto,
Y una frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino, ella por otro;
Pero al pensar en nuestro mutuo amor,
Yo digo aún: "¿Por qué callé aquel día?"
Y ella dirá: "¿Por qué no lloré yo?"
***
Sin más que decir, la joven de cabellos castaños desvió la mirada hacia la mesa contigua a la de ellos. El Gran Comedor clamaba silencio en la oscuridad y apenas se oían los susurros de los dos alumnos que furtivamente habían asistido a aquella secreta reunión.
Franco contemplaba a la chica, demasiado atónito como para emitir palabra alguna. La tenía a su lado, de espaldas, tratando de ocultar las lágrimas con interminables y tortuosos suspiros.
¿Cómo podían haber llegado a aquella desdichada situación? Malvina permaneciera inmutable, como nunca antes se había comportado. Franco no lo entendía, ella no era así sino todo lo contrario. Ella había mostrado una faceta dulce e inofensiva desde aquella ocasión en la que se habían conocido.
Eso había sucedido tiempo atrás, cuando Franco regresaba al colegio después de haber pasado varias semanas confinado en su casa. Él recordaba aquel período anterior al primer encuentro con Malvina como uno de los más duros de su vida: su madre había fallecido en un accidente automovilístico y de repente, tanto él como su padre se hallaron inmersos en un profundo sufrimiento.
En un comienzo, Franco había intentado no dar muestras de su dolor y aparentaba fortaleza, mas llegó a un punto en el que le fue imposible sostener esa farsa; no podía continuar como pupilo en el colegio sin que el resto de los alumnos y profesores notasen el impacto que le había producido aquella pérdida. Por eso había decidido alejarse por algún tiempo, al menos hasta que se hubiese recompuesto un poco.
Y así fue como, en el mismo día en el que volvía a instalarse en el instituto y retomaba sus clases, se cruzó con Malvina en uno de los pasillos. Ella llevaba sobre sus brazos una pila de libros y caminaba con prisa, sin fijarse por dónde iba. Por su parte, Franco también andaba distraído, perdido en sus propios pensamientos. Ninguno de los dos miraba lo que tenía delante de su camino y sólo se dieron cuenta de ello cuando se produjo el choque y ambos cayeron al suelo.
— Disculpa. Los libros me impedían ver. — se excusó Malvina mientras volvía a apilar los pesados volúmenes.
— Descuida, yo iba igual que tú. — le respondió Franco, con una sonrisa forzada.
— No te sientes bien, ¿verdad?
— No. Pero he estado peor. — le dijo él con un tono cortante. Franco pensó que la chica probablemente era nueva, porque no recordaba haberla visto antes. Eso explicaría el por qué ella no sabía lo que le había ocurrido, pero la expresión de su rostro se había encargado de delatarlo. — Discúlpame de nuevo. Estoy retrazado. — añadió apresuradamente
— Comprendo. A veces yo me siento así y tampoco quiero hablar de ello. — agregó ella. Había en sus palabras una calidez que Franco no pudo ignorar. — Aunque suene extraño, viniendo de una desconocida, si alguna vez quieres contarle a alguien puedes hacerlo conmigo. Mi nombre es Malvina. — terminó de decir, al tiempo que le extendía una mano.
— El mío es Franco. — completó él. Estrechó su mano por un par de segundo nomás, pero en su interior le pareció que podría continuar allí por una eternidad, sostenido por la mirada de aquella chica. Finalmente, soltó su mano y se despidió. — Si alguna vez quiero hablar con alguien, volveré a tropezarme contigo.
Al día siguiente volvieron a verse en el mismo sitio. Los encuentros se repitieron y llegó un momento en el que Franco tuvo que admitir que se sentía inmensamente cautivado por el alma tierna y compresiva de Malvina. Por ello fue que la había aceptado. Por ello se había animado a dejar fluir sus emociones. Por ello la había convertido en su novia. Por ello había hecho caso omiso a las diferencias de sociales. Por ello había soportado las bromas y las habladurías. Por ello había apaciguado un poco su orgullo, porque ella nunca lo heriría… porque parecía que hiciese lo que él hiciese, Malvina no se interpondría sino que siempre lo apoyaría.
Sin embargo, lo que acababa de suceder contradecía todo. Franco pensaba en su incredulidad. ¿Qué fue lo que ocurrió? Durante los días anteriores a esa reunión nocturna ella no había dado ninguna señal de querer acabar con la relación. Ella parecía feliz, ella debía ser feliz… ¡¿cómo podía ser posible que así porque sí Malvina se hubiese despertado, lo citase con urgencia a esas alturas de la noche y luego le comunicase que había decidido terminar con él, sin anestesia ni explicaciones?!
¿Qué fue lo que ocurrió?, Franco volvía a preguntárselo miserablemente. ¿Qué sucedió para que él no pudiese advertir su angustia? Debía de hallar alguna causa por la que ella había tomado tan abrupta determinación. Tal vez... había dejado de quererlo, o se había hartado de él... o nunca lo quiso. Quizás el tiempo que pasaban juntos se había tornado agotador y fastidioso. Tal vez ella ya no deseaba sus besos ni su presencia. ¿Sería posible que en realidad nunca la hubiera conocido de veras y todo cuanto sobrevino e hizo había sido una farsa? Pero no..., no podía ser aquello. Él sentía su admiración y cariño. Podía hasta palpar el amor sin restricciones que ella le brindaba con los brazos abiertos.
¿Qué fue lo que ocurrió? Podría ser que todo aquello fuese un malentendido. Algún malintencionado podría haberlo difamado y contado mentiras a Malvina. Pero Franco tenía la certeza de que ella nunca caería en esa clase de trucos. Aquello no podía ser el motivo de la ruptura porque entre ellos siempre había reinado una confianza cegadora,
Entonces, ¿qué fue lo que ocurrió? Quizás ella pretendía recibir aún más de lo que él ya le había ofrendado. Tal vez deseaba la misma devoción que ella le ofrecía. Quizás estaba pretendiendo que sobrepasase sus propios límites. Si ella aspiraba a eso, debía saber que él ya había cedido demasiado.
Fuese lo que fuese, Malvina permanecía callada, y de entre las pocas palabras emitidas y su reciente silencio, Franco no logró hallar la respuesta, no pudo más que percibir su dolor. Y aquel constante silencio al que ella lo sometía sin explicaciones ni argumentos, era lo que más le disgustaba.
Si la decisión de Malvina era irrevocable, entonces él no tenía otra opción que no fuera marcharse de allí cuanto antes. De ahora en adelante, debía verla como una alumna del montón, como una persona irrelevante en su vida. Y si las cosas iban a ser de ese modo, quería acabar con eso de una vez para ya no verle más el rostro; puesto que, si lo hacía, si contemplaba una vez más aquella dulce y confiada mirada, confirmaría que todo el odio que en esos instantes sentía, se iría; y él se arrojaría a sus brazos a llorarle e implorarle un por qué, una solución, una oportunidad más. ¿Cómo aquella persona tan tierna había llegado al extremo de causarle tanto daño?
Franco se levantó de la silla, aún confuso y débil, intentando no librar la pena que reflejaría en sus sollozos, junto con su rabia, su rencor y su tormento. No podía reclamar las razones del por qué, su orgullo no se lo permitía. Ya suficiente tenía con el amor que debía de ignorar a partir de ese momento. Demasiado tendría que soportar con la idea de no volver a escuchar su risa otra vez, o no volver a besarla nunca más. Nunca más. Pero, ¿por qué, por qué, por qué?
Conciente de que esta seguramente sería su última conversación, resolvió ser él quien le diera el cierre:
— ¿No deseas decirme nada más? — murmuró él poniéndose de pie, pero aún de espaldas.
— No.
La tristeza y desesperación casi le hicieron desfallecer. Franco no sabía cómo hacerle hablar sin que su propia angustia quedara expuesta.
— Bueno, entonces, ahora que te oí, me permitirás irme. Ya que, al citarme aquí, nos pusiste en peligro. Y bien sabes tú que, como presidente del Comité Estudiantil, debo dar el ejemplo y evitar todo tipo de situaciones inconvenientes. Creo que deberíamos volver a nuestras habitaciones lo más pronto posible. — dijo Franco. Le costaba hablar, se le hacía tremendamente difícil mantener la voz serena y fría. Las palabras parecían rasparle la garganta, y aquello lo incitaba aún más a romper a llorar. Pero se contenía porque estaba aguardando que se manifestara alguna señal. Una señal, eso era todo lo que necesitaba para intentar hacerle confesar. — El celador vigila todo el tiempo. Calculo que dentro de 5 minutos él volverá a pasar por aquí.
Sólo oyó un jadeo de asentimiento. Después de eso, nada. Ambos se mantenían mudos, el silencio había ganado la batalla. Él ya no encontraba nada más que decirle sin explotar en reproches y preguntas. Entonces cobró impulso y comenzó a andar en dirección al Área de los Dormitorios Masculinos. Esa era la última oportunidad que ella tenía para reaccionar, mas no lo había hecho. Ni siquiera se había vuelto para despedirse. Y allí se desmoronaron las esperanzas de Franco. En realidad, Malvina ni siquiera se había levantado para dirigirse a su cuarto, no se había movido de su lugar.
— ¿Acaso esperas a alguien más, que no te mueves? — le espetó él, comenzando a perder la paciencia — Vete que yo vigilaré que no aparezca el celador.
***
Malvina se puso de pie sin romper aquella insoportable quietud. Luego se volteó quedamente para enfrentar los insensibles e ingratos ojos que le habían destrozado el alma. Debía persistir decidida, mas aquel aspecto sereno e indiferente que observaba, sólo le incrementaba más y más su desdicha. Delante de ella estaba la confirmación de que tomaba una buena determinación. La imagen que se reflejaba ante ella era la de una persona relajada y segura, la de alguien que demostraba que no había sido afectada por lo dicho en forma alguna. Malvina intentó contenerse, pero el llanto volvía a descubrir su pena. Empezó a moverse por entre las sillas con la vista nublada por las lágrimas. Se alejaba de él sin despedirse.
— Adiós. — escuchó la voz de Franco ya desde el otro lado del salón.
Al oírlo, las escasas fuerzas que aún conservaba se desprendieron de ella sin piedad y el llanto ya no le fue suficiente para aliviar su tortura. Lloraba desconsoladamente, emitiendo gemidos, suspiros interminables, sollozos que convulsionaban su cuerpo. Trataba de no gritar, pero ya la voluntad no le respondía. No podía dejarse ver en tan deplorable estado. Prosiguió su marcha hacia su dormitorio, con paso débil, evidenciando toda su angustia.
Al llegar a las escaleras, se detuvo. Y pensó que, siendo ésta la última vez que le hablaría, la última vez que estarían a solas, sería mejor sepultar todas sus dudas. Se dio vuelta, y unos escalones abajo, halló a Franco, mirándola con un semblante un tanto extraño; algo que Malvina no pudo reconocer. Por unos instantes, se acobardó, y no quiso hablar. Prefirió aguardar a que él le explicase por qué se encontraba allí. Pero él no emitió una palabra: Malvina pudo ver en su rostro duda y expectación. Los sollozos de la joven habían cesado y el maldito silencio se había apoderado del lugar una vez más. Tal vez, por un momento, ella vio una pequeña luz que estallaba en su corazón. Quizás era la esperanza que se asomaba y le decía que no todo había acabado. Pudo notar que aquel sentimiento crecía suavizando su pesar, tratando de instalarse en el fondo de su ser; hasta que él finalmente habló:
— Te dije que sólo nos quedaban 5 minutos. Vamos, sube, no tengo toda la noche.
Y aquella luz se apagó, dejando rastros andrajosos de ira y lágrimas que resbalaban por su rostro. La pregunta que tanto le quemaba la lengua salió de sus labios en un murmullo, con toda la cólera, desesperación y tristeza acumuladas:
— A tí no te importa nada de esto, ¿verdad? — sollozó Malvina con un hilo de voz, mirando fijamente al muchacho.
Franco no reaccionó de inmediato. Parecía meditar la respuesta, ya que ésta lo había dejado estupefacto. Finalmente habló con la misma calma que ella, mas su voz estaba teñida de reproches.
— A tí es a quien no te importa nada, Malvina. — se quejó con un susurro entrecortado. Todas las explicaciones que había intentado darse a sí mismo, ella las había descartado con aquel interrogante. Ahora debía saber..., ahora tenía que entender qué fue lo que ocurrió. — Tú eres la que..., la que... abandona esto sin explicaciones... — la mirada acusadora de Franco atravesó a Malvina y la dejó momentáneamente desconcertada — Vienes, cortas conmigo y te vas... — gritó él, casi sin voz, tratando de retener las palabras.
***
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jueves, julio 06, 2006
Escape
Como la ondina que surca
el mar azulado,
como el trueno que cruje
el cielo descampado,
tal es así
que me he de perder de tu regazo.
A cada paso
se despoja mi refugio
de tu pecho, y
se aferra el abismo
a mi cintura.
Un leve tropiezo,
un error del pasado.
¿Será por eso
que no me encuentro
a tu lado?
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19 horas, 30 minutos
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Refugio
Mi refugio son las sombras
con la noche en agonía,
si me vieses cuando pasas
mi hospedaje perdería.
Un manojo de caricias
hoy te dan la bienvenida,
yo te cedo mis sonrisas
he jugado mi partida.
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Destino
La armonía de tu canto
transita por mi camino,
mas el recuerdo de aquel otro
gobierna mi destino.
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La comarca de las penumbras
He arribado a una comarca
donde la frialdad de tu mirada
marchita mi esencia.
He arribado a una comarca
donde el eco de tu voz
maldice mi existencia.
He arribado a una comarca
donde el exilio de tus besos
confirma mi sentencia.
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Instrucciones para fabricar un espejo
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Ellos...
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Sir Farhin
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El regreso
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Hacedor de pesadillas
Hacedor de pesadillas,
soberano de la oscuridad,
deja ya de hurgar en mi tierra
o lo habras de lamentar.
Podras usurpar mi trono,
podras desojar mi carne,
pero en mi alma
jamas has de habitar.
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jueves, junio 22, 2006
Acróstico_LLUVIA
Las aguas no te dejarán.
Un día, ya verás, tus lágrimas
Vas a silenciar; pero
Insisto, hoy puedes llorar,
A nadie vas a molestar.
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domingo, junio 11, 2006
De las virtudes y defectos
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Lecciones de jardineria
Un hombre copaba su vista con aquella escena, cual agónica figura sujeta a las sombras de la noche. Las bases del plan ya se habían presentado. El bien mayor, el objetivo ultimo, dependía de que él ejecutase el siguiente movimiento. Lo que iba a acontecerle a esa mujer no sería su culpa, sólo una instancia poco agradable en el camino hacia la victoria absoluta. El fin que con tanto ahínco perseguía le exigía que separase a esos pequeños del bálsamo del que mamaban vida y que canjease aquel don por otro de equiparable valor. Era desafiar un mandamiento divino. Pero iba a hacerlo, no tenia dudas.
Su dedo índice recorrió con precisión el filo de su navaja. Una lágrima rojiza, culposa, brotó de una de sus falanges: el instrumento estaba en condiciones de servirle en su cometido.
Las rodillas se le doblaron ante el descanso de la dama durmiente. La mano libre le palpo la superficie de la piel y la otra, con la que sostenía el arma -en un vuelo serpenteante que con marcada obsesión volvía una y otra vez sobre el cuerpo- penetró en las profundidades abismales del vientre de la mujer. Uno a uno sustrajo a los niños, ahora pasivos, emoción inerte, llanto apagado.
Estaba hecho: había profanado el útero de la madre-tierra.
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Lo de siempre
Un manto de cobre,la mañana.
Arrebata el corazon,
vierte en el fantasia vana
que se cuela en tus entrañas.
Despiertan tus sentidos,
vitalidad en cada suspiro.
Pero el velo de la muerte
cubre tu rostro silvestre.
Acéptalo:
tu voluntad se pierde.
Palabras a fuego,
esa es la marca.
Torna la noche,condena amarga.
La pluma se desliza,
las lagrimas escapan.
¿Podrás servir a la comedia diaria?
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sábado, junio 03, 2006
Destino
La armonía de tu canto
transita por mi camino,
mas el recuerdo de aquel otro
gobierna mi destino.
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Es y sólo es
Es en mi pecho
donde guardo
mis penas.
Es en mi mente
donde alojo
mis metas.
Mas fue en tus labios
donde hallé
mi deseo.
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Sí y sólo sí
Si he de vivir,
será por el correr
de tus latidos.
Si he de sufrir,
será por el pasar
de tus suspiros.
Mas si he de morir,
será por el andar
de tu olvido.
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lunes, mayo 29, 2006
Reflejo
que recorre tu rostro.
Son tus memorias,
timido detalle del corazon
que ansio.
¿Que donde estoy?
Aqui,en esta ventana.
¿Como dices?
¿Que no hay nadie?
¡Estoy aqui,aqui,aqui!
Es inutil,no me encuentras...
¡Espera un segundo!
¿Por que te vas?
Te lo aseguro:
yo te conozco
en goces y amores;
en penas y dolores...
No te alteres,
te lo suplico,
no huyas.
Tampoco me escuchas...
Pero,¡Me percibes,
sabes que alguien te mira!
Y tus ojos no dan cuenta.
¿Te aterra?
¿Te emociona?
¡Si lo sabre!
Oigo tus quejidos:
quisiera abrazar esa alma tuya,
servirte de consuelo.
Mas no puedo.
Mi espiritu no vibra,
mi corazon demora.
Actuo como tu,
me siento como tu,aunque...
no lo soy.
Capto tu andar,
tus emociones.
Conservo del pasado tus
recuerdos y
resguardo con recelo
los sueños venideros.
Soy esa esencia
que vela los caminos oscuros,
como una gota de rocio
anticipa la luz del alba.
¡Valgame el destino!
Un faro,una gargola,
una montaña:
alrededor todo fluye,
todo respira; pero ellos
no participan
del banquete de la vida.
Tal cual,tocaronme
las fronteras cristalinas.
¡Quedate,quedate
frente a mi
o tambien me pierdo
de imitar tu vida!
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lunes, mayo 22, 2006
Quebró la noche
Quebró la noche en el reloj
y con trágico andar,
hacia mis ojos tu rostro torció.
Quebró la noche en el reloj
y con cierto tiritar,
a mis labios tu boca volcó.
Quebró la noche en el reloj,
y por tus venas
mi veneno se esparció.
Quebró la noche en el reloj,
y no recuerdas
que más te sucedió.
Pues, te diré:
Quebró la noche en el reloj,
y sin palpitar,
a mis pies tu cuerpo tumbó.
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jueves, mayo 18, 2006
Labios enemigos III
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martes, mayo 02, 2006
Esta noche...
saciar los apetitos de mi alma.
Siquiera restos de una tarde cualquiera
que enloqueciera con su calma.
Donde se ubican las altas cumbres,
donde los Señores adjudican nuestros roles.
Sabrán ellos cuándo y dónde perderá
el caballero sus antiguas convicciones.
Esta noche no hay luna que pueda
saciar los apetitos de mi alma.
Siquiera restos de una tarde cualquiera
que enloqueciera con su calma.
¿Abandonará él sus viejos supuestos
para beber de lo que le ofrezco?
¿Obedecerá él a sus sentimientos,
o continuará negándolos, como un terco?
Esta noche no hay luna que pueda
saciar los apetitos de mi alma.
Siquiera restos de una tarde cualquiera
que enloqueciera con su calma.
Iluso caballero de sueños comprimidos,
morirá hoy tu andar inerte.
Hastiada estoy de tantos cumplidos:
sírvete de mí o piérdete.
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Labios enemigos II
Cada vez que releo las líneas anteriores me doy cuenta que las ideas se amontonan, se ensanchan, forcejean por ganar un lugar: el espacio de agota. ¿Será inevitable concederles la oportunidad de avanzar? No puedo prever a dónde me conducirán, qué sentimientos estarán en juego, cuáles serán los obstáculos que me deparan, cuál será mi posible defensa. Pregunto, cuestiono y repito hasta el hartazgo las mis frases. Vacilo… como una especie de escape a la tarea que me propuse en un principio.
No quiero, lo detesto, lo aborrezco y a la vez, necesito volver sobre mis pasos. Hay situaciones dolorosas, recurrentes, abrumadoras; situaciones de las cuales intento prescindir mientras recorro la galería del recuerdo. Pero no voy a engañarlos: lo que me acongoja no es rememorar por quién fui herida sino cómo permití que eso me ocurriera. Podría haber girado el rostro, tornado mis ojos hacia otra dirección y sin embargo, preferí enajenarme en el deseo.
Había en el ambiente un encanto difícil de ignorar. No sabía hasta dónde llegaría, pero tampoco me importaba. Él se regocijaba explorando a gusto y yo estaba decidida a bajar la guardia y permitirle que adentrara en aquellos territorios que hasta entonces le eran desconocidos. Ambos estábamos allí, ajenos a todo límite, nuestros miedos hechos a un costado. Podría haber sido otro tiempo, otro espacio, otras personas. Es difícil creer que éramos nosotros, mas no hay duda de ello; mis labios, mi piel, mi cuerpo reviven en sueños los ecos de aquel momento.
Silencio... eso fue lo que siguió. Ninguno de los dos se atrevió a dar explicaciones. Simplemente ocurrió lo que debía suceder, cuando debía suceder y donde debía suceder. Si no había nada que decir, todo quedaría en el campo de lo anecdótico. De nuevo volvimos al mundo cotidiano, a las obligaciones diarias, a las labores de siempre. Una vez más, nos ocultamos tras los antiguos roles. En apariencia, todo continuaba como antes. ¿Eso fue todo? Hasta hace poco creía en ese engaño, hasta hace poco, repito, hoy ya no lo acepto.
Cuando tu corazón y tu cuerpo se alteran, pierdes el control y tardas en restablecerte. Durante cierto tiempo desconoces los verdaderos alcances de tus actos. Porque no es sencillo admitir que ya no eres la misma; que dejaste en alguien más un fragmento de tu vida, de tus experiencias, de tus emociones y que ahora posees una parte de esa otra persona. Pero esta metamorfosis no se agota en la piel. Prosigue su camino y desplaza a su paso todo aquello que hasta aquel momento considerabas sagrado. Entonces comprendes, o te desconciertas aún más, pero sabes que tu cuerpo no responde como antes; sabes que desea, rechaza, libera y acoge dentro de sí a un ser inadvertido: cruzaste la barrera que separa lo que eras, de lo que quieres ser.
No cabe duda que mi cuerpo se manifiesta en un lenguaje inédito para mí. Esto dificulta mi trabajo, pero me es imposible desistir. Es tiempo de denunciar lo antes acontecido:
En mis ojos creíste hallar consuelo,
de tu boca se fugaron las mentiras y
en mi tierra se encarnaron tus deseos.
Descendimos del cielo hacia el abismo
y fingimos que no había más secretos:
se ocultaron en mi piel
las cenizas de una historia
que decías extinta.
Mis labios se inspiraron en tu cuerpo
y perdí mi voluntad en un impulso.
Pero pronto se negaron tus caricias
y engañaron en silencio a esta niña.
¡Cómo duele vivir sin sentido!
Hay un amor que está inconcluso
y un corazón que no tiene pulso.
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domingo, abril 23, 2006
Leteo
A uno le gusta suponer que jamás le sucederá tal cosa y que, llegada la ocasión, uno será más hábil, más rápido que ellos. Entre tanto, nos alivia pensar que nosotros estamos aquí y que ellos están allá, fingiendo que transitamos rutas paralelas. Un día decidimos cambiar (o lo que es más frecuente, nos vemos obligados a hacerlo) y nos salimos del recorrido habitual: tomamos otra vía de acceso, viramos en tal o cual esquina. Eso es todo lo que un misionero necesita para exprimir hasta la última gota de nuestras fuerzas.
A uno se le olvidan todas las recomendaciones, todos los procedimientos que había ensayado para salir victorioso de esa situación. No es nuestra culpa, claro está, pues la creencia de que todos somos expertos es una tendencia humana que sostenemos hasta que abandonamos el plano de la teoría. Porque en la práctica, en la tensión diaria, sale a la luz hasta el más ínfimo rastro de debilidad. Tales condiciones parecen presagiar nuestra derrota. Los misioneros lo saben y lo utilizan a su favor. En estos tiempos, debatir contra un adversario tan vulnerable no es cosa para desaprovechar.
Desconocemos su modus operandi, sólo sabemos que una vez que uno es abordado por un restaurador, puede considerarse prácticamente derrotado. Las palabras, los gritos o los impulsos violentos no representan ningún peligro para el misionero. Es lamentable, pero las estadísticas demuestran que en la mayoría de los casos, ellos tienen las de ganar. Regidos por la primera premisa de su doctrina, la población solidaria posee fuertes lazos de dependencia y cooperación mutua, por lo que no faltará quien, a la muerte de un misionero, organice una búsqueda furiosa para dar con el agresor. Y el destino de este último será peor que perder su vida.
El panorama es bastante desalentador, uno no tiene duda de ello. Nuestra relación con los restauradores solidarios dista de ser pacífica, incluso manteniendo nuestras reservas. Ellos son seres belicosos, listos para arrancarle los ojos al prójimo si este no accede a someterse a su voluntad. Actúan como predadores, como cazadores furtivos. Profesan la libertad e igualdad de todos los presentes y sin embargo, encabezan la lista de los privilegiados. Comida, salud y comodidades forman parte de sus placeres cotidianos. No conocen la tremenda sensación del frío azotando nuestros cuerpos casi desnudos, no oyen el rugir de nuestros estómagos moribundos; no saben, no quieren, se niegan a mirar más allá de sus narices.
En algún momento de la historia de esta pequeña ciudad, la ayuda solidaria fue algo más que un simple imaginario. Ahora es imposible encontrar algún vestigio de aquellas épocas. La solidaridad, como solíamos concebirla, ya no existe. Las buenas intensiones son la gran simulación del hoy. Aquellos que se hacen llamar nuevos solidarios persiguen un único fin, sus propios beneficios. Alimentan nuestras ilusiones, simulan que vienen en nuestro auxilio, que nos conducen al paraíso… Pero todo es evanescente: cuando están seguros que no reclamaremos y que sus privilegios no corren peligro por un buen tiempo, nos devuelven a nuestra realidad de una bofetada. Quienes apuestan al retorno de los viejos tiempos y creen en esta nueva solidaridad, son traicionados y quienes aún batallamos por salvar nuestro pellejo, nos vemos obligados a diluirnos en la marginalidad.
De lo que se trata es de suprimir. Si quieres sobrevivir, tienes que estar preparado para barrer de tu camino todo aquello que perturbe tu andar. Resigna cualquier clase de sentimiento, olvida a tus seres queridos, renuncia a tu identidad por completo. Si lo logras, verás que esa es la única salida: cuando el pasado es difuso, el presente sobrecogedor y el futuro más que desolador, tener esperanzas parece ser un lujo que no pueden darse los pobres.
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jueves, abril 20, 2006
Labios enemigos
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sábado, abril 15, 2006
Pacto
Y sellaron aquel pacto,
cual endeble contacto,
que arrebata vuestra esencia.
Del paramo,
perfume de amapolas,
cuelese en sus entrañas.
Niña que alada me arropas en sueños;
el rubor de primavera
colapsa vuestras mejillas.
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