jueves, noviembre 23, 2006

Aurora

Yo sé que del oriente,
mil sabores
se componen en tu boca…
Aborda este horizonte,
el beso decanta el maleficio,
atrévete a la aventura,
vale el sacrificio.

Soberanos del espacio
ejercen los vientos
su dominio.
Polvo en el aire
turba mis pulmones.
¡Date prisa!
Verdea mi cuello,
poco respiro,
agonizo.

Tendida sobre la piedra,
la tarde retira sus luces:
empobrece mi calor,
mi rostro se consume.
Anuda tu valor,
no te excuses.

Las fortalezas no son eternas.
Todo cae, cae, cae.
Prisionera del tiempo,
se desmorona mi castillo.
A ti espero,
sálvame,
te lo suplico.

lunes, noviembre 06, 2006

El plátano de la felicidad

Ni bien cobré el aguinaldo, lo primero que se me ocurrió fue reservar dos pasajes de avión con destino al Caribe. Renata y yo llevábamos 5 años de casados y debido a que ambos trabajábamos fuera de casa, todavía no habíamos tenido una luna de miel, ni siquiera un fin de semana en El Tigre. Cuando se enteró de la noticia, me abrazó, me besó y luego, como cayendo en cuenta de lo que aquello significaba, me dijo:

- Y el plátano…, ¿quién va a cuidar de él?
- ¿Otra vez con eso? – rezongué por enésima ocasión en la semana – Siempre es lo mismo con vos. Nunca podemos disfrutar de ninguna salida si estás a más de 10 metros de ese árbol estúpido.
- Ricardo, vos no me comprendés. Ese árbol estúpido como vos le llamas – y comenzó con su característico tono nostálgico – es el único recuerdo que me queda de mi abuela Adela. Todavía me retumban en el oído sus últimas palabras…
- “Cuide a mi plátano m’hijata.” – completé la frase imitando la voz de aquella vieja sin dientes, abuela de Renata.
- No seas así. Ella nos dejó la casa y lo mínimo que podemos hacer es mantenerla y cuidar de todo lo que hay en ella. – repuso.

Me pasé toda la semana buscando a un buen casero, hasta que por fin Renata se convenció de que el hermano del alemán de la esquina cuidaría bien de la casa. “Me dijo que trabajó en un vivero”, comentó contenta, mientras viajábamos hacia el aeropuerto. Una vez que subimos al avión, se hizo más notorio el cambio que había en ella. Pareció disfrutar el viaje, pues comió a granel y bebió vino tinto, cosa que únicamente hacía cuando se sentía muy relajada. Lo mejor de todo, no hizo ni una sola alusión al plátano.
Los folletos de los paquetes turísticos suelen ostentar lujos y comodidades dignos de la realeza, una pena que cuando uno llega a destino ya se han desvanecido.
Renata y yo lo comprobamos ni bien colocamos un pie en el hotel. En el mostrador no había nadie, así que tocamos la campanilla durante largo rato hasta que el encargado (vestido con ese tipo de trajes que usan los mayordomos), hizo su acto de presencia. Nos dijo que se llamaba Demetrio, estrechó mi mano y besó la de mi esposa, gesto que consideré demasiado atrevido a pesar de que se tratase de “un signo de sus buenos modales, algo que vos deberías imitar”, como recalcó Renata en la cena.
Al día siguiente nos levantamos a primera hora para recorrer los distintos lugares de interés cultural que Demetrio había recomendado a mi esposa. Para mi gusto, rotundamente aburridos, pero Renata estaba sumamente encantada por los aires de mundo de ese pingüino de hotelucho de cuarta, de modo que no pude rehusarme. Nuestro tour duró hasta el mediodía, para entonces ya no podía frenar mis deseos por ir a alguna playa y nadar en el mar; Renata se excusó diciendo que estaba cansada y decidió volver al hotel.
La arena, el agua y el sol fueron una combinación fatal para mí. Cuando estuve de regreso, no sólo esta exhausto sino que casi no podía moverme porque me había tostado en demasía. Renata llamó al pingüino y este prometió que enviaría por un médico. Como me temía, había sufrido una tremenda insolación que iba a dejarme el resto de la semana en cama.

- Si te hubieras venido conmigo, esto no te hubiera pasado. – me regañaba Renata mientras me untaba la crema que me había prescripto el médico – Demetrio ya me lo había dicho, el sol estaba muy fuerte. – agregó con un tono que me disgustó - Ahora nuestras vacaciones están arruinadas.
- No digas eso. Vos podés salir mientras yo me recupero.
- ¿Y dejarte acá?
- Prefiero eso a que estés aburrida, encerrada en este cuarto y te den ganas de volverte.

Los días transcurrieron, Renata se iba temprano y regresaba entrada la tarde. Yo me mostraba indiferente, aunque por dentro me moría de ganas de acompañarla. Pero ella ya no se acordaba del plátano y eso era un gran avance. En cuanto estuviera un poco mejor, volveríamos a pasar buenos momentos juntos. Me había prometido a mí mismo que luego de este viaje, lograría que Renata hiciese lo que yo quisiera; lograría que dejase ese trabajo odioso y se hiciera ama de casa permanente, lograría que le dijera adiós a ese árbol inútil.
Esa noche, mi esposa no volvió a la hora habitual. El sueño me estaba ganando, escuché que el reloj marcaba las 11 y después…caí dormido. La mañana siguiente, desperté totalmente recuperado, busqué a Renata a mi lado y no la hallé. Me recorrí cada fracción del hotel sin encontrar rastro de ella. Entonces me dirigí al mostrador, con la esperanza de que el pingüino supiese algo de ella, pero…
En su lugar había otro sujeto y cuando me le acerqué, lo primero que me dijo fue que como Demetrio había renunciado el día anterior, se estaba realizando el cambio de administración.

- Me importa muy poco. – respondí cortante – Lo que quiero saber es si mi esposa no dejó algún recado diciendo a dónde iba a estar.
- Espere un segundo, creo que vi algo por aquí. Ah, si. Tome.

Leí la nota, la estrujé en mis manos y salí como una ráfaga de ahí.

“Ricardo:
Estas vacaciones me hicieron abrir los ojos. El plátano era una excusa para no admitir el grave error de nuestro matrimonio. Ahora conozco el amor, ahora que tengo a Demetrio conmigo conozco el sabor de la felicidad.
Por favor, no me busques.
Renata”

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