lunes, julio 24, 2006

Labios enemigos IV

La Galería de La Magdalena se había inaugurado un par de meses atrás, en la Costanera Sur. En aquel momento, yo me encontraba fuera de la ciudad, pasando mis últimos días de receso en la casa quinta de mi prima y él – como de costumbre – estaba atareado con el trabajo. Como ninguno de los dos habíamos podido ir en aquella oportunidad, convenimos en citarnos allí el día que se cumpliese un año de habernos conocido.
Durante las semanas anteriores a mi viaje, muchos aspectos de nuestra relación estaban cambiando. Nos habíamos conocido íntimamente, sin embargo yo sabía que aquello no era garantía de estabilidad. Cosas que nunca antes nos habían ocurrido - como por ejemplo, éramos incapaces de entablar una conversación fluida - nos estaban impidiendo despejar nuestras imprecisiones interiores. En el fondo, yo albergaba la esperanza de que para aquella fecha especial, ambos estuviésemos listos para hablar con profundidad.
Al regresar de mi viaje, los exámenes finales se me vinieron encima y eso me mantuvo dispersa durante varios días. Pero al cabo de una semana, en el día señalado, estaba libre nuevamente, a la espera de que él recordara nuestra salida y se comunicara para concretar los detalles. Esperé, esperé y esperé… una llamada que parecía retrasarse cada vez más. Tuve que contenerme para no marcar su número. Oír su voz me hubiera tranquilizado, mas me dije a mí misma que debía ser paciente, que era su tiempo de ceder, no el mío. Si nuestra relación tenía algún valor, él debía de acercarse. Pasaron algunas horas…Quería mantenerme firme en mi determinación y a la vez sentía que mis fuerzas escaseaban, que al final sería yo quien volvería a arriesgarse. Necesitaba actuar de algún modo o mi desesperación iría en aumento (resistir, de eso se trataba; resistir, antes de que todo llegase a su fin).
Al tercer día, vencida por mi impaciencia, instintivamente me dirigí a mi habitación, decidida a tomar la agenda telefónica y comunicarme con él. En circunstancias normales encontrar la libreta en cuestión me hubiera tomado un par de segundos, pues estaba segura de que esta se hallaba en una de las gavetas de mi escritorio. No podría explicar cómo sucedió, pero lo cierto es que revolví todos los cajones del escritorio, de la mesa de luz y del armario sin resultados satisfactorios. El único sitio que me quedaba por revisar era entre los estantes de la biblioteca. Para estas alturas mi desesperación se había transformado en rabia, perdí todo tipo de delicadeza en el trato de los libros y comencé a arrojarlos descuidadamente, ansiosa por hallar mi agenda.
Convencida de que ese día estaba perdido, estaba a punto de abandonar mi empresa cuando me topé con un cuaderno que no reconocía como propio. No tenía nada de especial, claro está, era un simple anotador - de tapa flexible y hojas finas sin rayas - de esos que se utilizan para tomar apuntes o realizar bocetos. Recorrí sus páginas para comprobar si había algo escrito pero en cada una de ellas se repetía el mismo escenario: su incorruptible blancura parecía indicarme que no se había estrenado. Llegué a la penúltima carilla, casi segura de que en la próxima no hallaría diferencia alguna, pero la delgadez del papel traslucía el anverso y eso me permitió detectar que había algo escrito. Volteé la página y me encontré con lo siguiente:
Unas gotas de rocío
escapan de tus pupilas
para emprender vuelo.
Y se elevan a los cielos:
clamando por justicia,
clamando por tu duelo.

***

Duelo… irónicamente esa era la última palabra del pequeño poema. Duelo… así era como me sentía en ese momento. Me creía una niña tonta que una vez más se había atrevido a creer en alguien y a quien, para no romper con la racha, volvían a dejar como a un juguete que pasa de moda. Sabía que si yo no exteriorizaba mi decepción, mi tristeza pasaría desapercibida. Pero tenía frente a mis ojos un cuaderno en el cual podía escribir, allí estaba la oportunidad de manifestar mis emociones.
Resolví que no aguardaría su llamado ni intentaría comunicarme con él. Ignoraría todo lo que me rodeaba y me dedicaría de lleno a relatar mis vivencias. Así fue como inicié esta especie de diario, contando cómo me había enamorado por primera vez, el fracaso de esa relación y la aparición de esta nueva persona, la cual temía que también me hiciese completar el "ritual del decir". Pero eso todavía no ha sucedido con la persona actual, esas palabras son efecto de mi imaginación, producto de una predicción incierta.
Después de un semana de largo meditar, hoy tomé mi última decisión. Retomé la búsqueda de mi libreta y esta vez los resultados fueron satisfactorios. Lo llamé para decirle que necesitaba verlo, sin más explicaciones. Al principio él se quedó extrañado, como si de súbito recordara nuestra promesa y quisiese enmendar su olvido cumpliendo ahora con nuestra cita pospuesta. Le dije que sí a todo, sin presentar queja alguna.
Esta tarde, nos encontramos. Los murales que cubrían las paredes de la galería nos acompañaban con sus matices silenciosos. Observábamos el escenario que habíamos escogido como si fuésemos dos desconocidos que estaban allí por mera casualidad. Hubo un tiempo de caminata redundante, de pasos esquivos, de contemplaciones en solitario. Sin embargo, ya no podíamos continuar haciendo garabatos sobre nuestros sentimientos. Había que salvar ese trecho que nos distanciaba, y él decidió actuar. No cambió de actitud, pero pude percibir que hallarnos en aquella situación, a aquellas horas, habiendo transcurrido unos días de la fecha crucial… todo ello estaba tomando forma en sus ojos. Su mirada era acusadora y las palabras que salieron de su boca estaban llenas de reproches. Los mismos descuidos, la misma indiferencia, los mismos sufrimientos que yo le recriminaba en mi interior, se replicaban en el espejo de su alma y me señalaban como la culpable.
Se que podría haber protestado y expresado mis propios reproches, pero me cansé de hacerlo. Aún me resulta dificultoso aceptarlo, pero ahora veo que él supo aprovechar el distanciamiento para juntar fuerzas y abrirme el candado de su alma. Me encontraba al borde del abismo, no estaba preparada para exponerme cómo él lo estaba haciendo y a la vez creía necesario responderle con ese mismo gesto. Pero no pude, me paralicé. No pude, lloré. No pude, escapé. No pude, le fallé.
***
Este ha sido mi espacio de reflexión. Pero siento que si continúo encerrada entre estas páginas, jamás voy a poder salir de la clandestinidad. No quiero seguir agonizando por el pasado. No, no quiero eso para mi vida. Quiero conocer el sabor de la dicha. Pero hasta el momento mi felicidad no ha podido ser de otra forma que de a cuotas. Me doy cuenta que con la persona actual no había podido vivir un situación de alegría ininterrumpida porque también él tenía sus propios fantasmas… la gran diferencia es que mientras él logró extirparlos sincerándose conmigo, yo trato de negárselos. Y él sabe que eso es una fachada para esconder mis miedos. Por eso enmudeció durante tanto tiempo, por eso dejó de buscarme, por eso permitió que me sintiese abandonada. Algunas crueldades son necesarias.
Escribo estas últimas líneas como testimonio de un ciclo terminado. En unas horas este cuaderno llegará a destino: estará en las manos de la persona que amo y espero sepa disculparme por haberle recelado mi pasado. Él es el único que puede perdonarme. Hoy desperté de mi letargo. Mañana puede ser el comienzo de nuestra verdadera historia.

***

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