jueves, julio 06, 2006

19 horas, 30 minutos

Diecinueve horas, veintinueve minutos, seis segundos.
Ingeniero en arquitectura, ex vicepresidente de la empresa constructora de mayor envergadura en todo el continente. Retirado con honores.
Diecinueve horas, veintinueve minutos, siete segundos.
Jefe de familia: esposa e hijos (dos varones) lo consideran un buen proveedor, dispuesto al diálogo, innovador, divertido, amante de los viajes familiares y la buena comida.
Diecinueve horas, veintinueve minutos, ocho segundos.
El alma de todas las reuniones, consejero y confidente incondicional, amigo de todos, enemigo de nadie.
***
Diecinueve horas, veintinueve minutos, nueve segundos.
Sólo le quedaba un segundo para llegar a la esquina. La oficina de correo permanecería abierta hasta las 19.30 y debía darse prisa si quería enviar el sobre en ese día. Al día siguiente, ya no tendría sentido.
La vereda estaba empapada a causa de la lluvia y la caminata era lenta: corría el riesgo de resbalar con facilidad, bastaba pisar una baldosa floja para terminar en el suelo. Y eso no podía suceder en ese día. La calle estaba desierta (quizás por el mal tiempo) y si tenía un accidente como ese, nadie iría en su auxilio.
Tenía que seguir adelante, su objetivo aún estaba lejos. Pero su cintura estaba adolorida, las piernas le pesaban y la mano, con la que se apoyaba sobre el bastón, le temblaba con mayor intensidad. ¿A dónde había ido a parar la vitalidad de otras épocas?
***
¿En su trabajo, esforzando sus capacidades al máximo para llegar a ser el miembro más eficiente? ¿En su familia, empeñándose por satisfacer todas las necesidades, complacer sus deseos y compartir cada momento del que disponía? ¿En sus amistades, procurando prestar un oído o una mano cada vez que alguien le precisaba o, alegrando las fiestas a las que era invitado?
En todos los aspectos de su vida, había tratado de cubrir las expectativas que pesaban sobre él. Y no le había ido nada mal: encontró a la persona que sería el amor de su vida, se unió a ella y el fruto de esa unión le concedió dos hijos maravillosos; se consagró como profesional, lo que no sólo le aseguró bienestar económico sino la posibilidad de conocer diversos lugares y extender su red de relaciones por todo el mundo.
Mas separado de estos aspectos, no podía dar cuenta de sí mismo. En su cabeza, en su corazón, no había existido un lugar siquiera para decir "Lo que YO quiero…", "Lo que YO deseo…" sino que ese espacio había estado ocupado por frases como "Lo que X quiere de mí…", "Lo que X desea de mí…", "Lo que X espera de mí…"
Hasta que llegó el día en que decidió jubilarse y así pasar más tiempo en el hogar y visitar a los amigos. A esas alturas sus hijos habían levantado vuelo y estaban construyendo sus propios nidos; pero allí estaba su amada esposa, se quedaría a su lado. Mas ella enfermó e inevitablemente se consumió su vida. Entonces, su único consuelo sería viajar y reencontrarse con sus sitios y personas favoritas; sin embargo, su débil estado de salud (La edad, la edad, le decían los médicos!) le cortaba muchas de sus andanzas.
Y cuando todo parecía perdido, surgió como furtiva, tímida, de incógnito, una pregunta y una respuesta le siguió súbitamente: "Lo que siempre he querido ser es…"
***
La encomienda se hallaba sana y salva bajo su brazo, pero la situación se volvía cada vez más insostenible. Una ráfaga de viento lo sacudió de improviso e intentó hacerle perder el equilibrio. Pero él logró sobreponerse y recuperar la estabilidad. Lo más importante, su tesoro, continuaba fuera de peligro… o al menos eso creía. El entusiasmo se había apoderado de él; pensaba que en ese día iba a darle cuerpo a su sueño y tan exaltado estaba por esa idea que, cuando cayó en cuenta de que había perdido su sobre, era demasiado tarde.
La tormenta le había sorprendido con una jugada inesperada: ahora él era una isla, aislada de todo continente, a punto de hundirse en las profundidades submarinas; y el mar de hojas de papel en el que se situaba describía un círculo perfecto, eterno, cerrado.
***
Diecinueve horas, treinta minutos, un segundo.
Anciano se abre paso entre las aguas.
Diecinueve horas, treinta minutos, dos segundos.
Larga caminata de regreso a casa.
Diecinueve horas, treinta minutos, tres segundos.
Habitación a oscuras, silla en el centro. Hombre traspasa el marco de la puerta. Camina en dirección al único asiento disponible y al llegar a este, se pone de rodillas. Coloca sus codos sobre la silla y junta ambas manos. Habla para sus adentros.
Diecinueve horas, treinta minutos, cuatro segundos.
Murmullo ininterrumpido.
Diecinueve horas, treinta minutos, cinco segundos.
Murmullo ininterrumpido.
Diecinueve horas, treinta minutos, seis segundos.
Hombre alza la voz. Palabras ininteligibles. Frases entrecortadas. "Papel. Agua. Un segundo. Texto perdido." "Papel. Agua. Un segundo. No hay correo." "Papel. Agua. Un segundo. Escritor frustrado." "Papel. Agua. Un segundo. No hay sueño." "Papel. Agua. Un segundo. Papel. Agua. Un segundo…"

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