jueves, abril 20, 2006

Labios enemigos

Escribo porque últimamente estoy dejando que se me escapen algunas cosas y si bien creo que mi memoria se empecina en que no olvide ciertos acontecimientos, me gustaría que a medida que voy clarificando mi sentir, mi pensar colabore para redactarlos, con la mayor de las fidelidades posibles, aquí.
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Desde que lo conocí, soy yo la que hago las preguntas, la que oriento las conversaciones y él es quien responde, quien de vez en cuando pone un freno e intenta ponerse en el papel del interrogador. Entonces yo contesto y él apunta en su cabeza ciertas palabras clave, ciertos gestos esenciales, algunos sentimientos que permito que reconozca como parte de mi ser. Una recolección de datos, un recorrido por los pasajes más antiguos y renovadores de nuestras vidas. Me doy cuenta que no es la primera vez que hago esto, que ya había intentado mostrar las diferentes vetas de mí misma a quien consideraba que iba a saber servirse de ellas. Y cuanto mayor era mi exposición, menos segura me sentía. Estaba aterrada, es cierto; y a la vez percibía- mejor que él, por supuesto, porque yo comprendía al hombre del que me había enamorado aunque este se hallase en el cuerpo equivocado- que él no comprendía nada. Nuestro mágico encuentro (corrijo, mi mágico encuentro) jamás le había producido siquiera una chispa de emoción.Para aquellas alturas, algunas lágrimas se hubieran deleitado recorriendo mis mejillas, podría entonces adjudicarme el papel de “niña sensible” y disculparme conmigo misma por amar sin ser amada. En este momento, en cambio, no lo haría.Lo que me enamoraba de él, era el personaje que se alojaba transitoriamente en su interior. La admiración por este se manifestó desde el encuentro inicial, supe que allí se escondía, que la invitación ya estaba hecha, lo demás dependía de mí. Pero erré, aquel se había sentido ofendido porque yo no había sabido diferenciar al niño del hombre, al ser profundamente amado del ser meramente fascinado. Y huyó, se alejó de ese pedazo de carne humana y permitió que yo perdiera mi tiempo hablándole de amor a un chico. Era un simple chico, que al igual que yo (como muchos otros) intentaba encontrar a esa persona, llámese alma gemela, media naranja, otra parte, amor verdadero, etc. En efecto, se asemejaba a la persona que yo buscaba- después de todo, ella también se había sentido lo suficientemente encantada por aquel chico como para querer darse un recorrido por sus adentros- mas lo único que conseguí fue desorientar mi camino. No se qué hubiera sucedido si este chico me hubiera hablado de amor. Tal vez yo le hubiese respondido y a la brevedad hubiese estado convencida de que él era el indicado. Sin embargo, el chico me rechazó antes de que yo pudiera concretar el “ritual del decir” (cosas como “te quiero”, “te amo”, etc. cuando el otro dice “te quiero, pero como amigo” y comprendemos que gracias a la negativa de este hemos reducido nuestros sentimientos a palabras frustradas) y eso, aunque doloroso, me liberó.
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Aunque no quería admitirlo, “el ritual del decir” fue completado. Pero la manera en que se sucedieron los acontecimientos no fue la indicada, como es habitual en mi vida. Debo aceptar que hubo determinadas marcas emocionales que se fueron delineado a medida que le confería soltura a mi alma. ¿Cuál era el problema? Que el medio por el que se proyectó mi sentir terminó por limitar mi accionar. ¿Hasta dónde se puede llegar con una relación forjada en los anales de un mundo quimérico? Si sólo queda allí, muy pronto esa relación dibujará un círculo vicioso que inclemente se cerrará y dejará sin salida alguna a todos sus participantes.Pues bien, así fue como conduje mis actos. Quedé cautiva, me encerré y arrojé la llave por alguna alcantarilla que lleva al “Canal del desconsuelo” o al “Riachuelo de la muerte infame” (honestamente desconozco su nombre, pero cuales fueran esos sitios, no se caracterizan por lo cristalino de sus aguas).
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Volviendo a la persona actual, a la novedad. Una vez más me huele a sueño repetido. ¿Qué opciones tengo? El retorno de lo mismo, las palabras habitué “Te quiero, pero como amigo.” se amontonan en mis oídos. ¿Qué opciones tengo? Negarme a su vista, prolongar al infinito el reencuentro. ¿Qué opciones tengo? Fingir que no hay rupturas, que mi corazón permanece indiferente ante lo dicho. ¿Qué opciones tengo? Olvidar mi error, desconocer que he concebido el encuentro de labios enemigos.

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