jueves, julio 06, 2006

Sir Farhin

Tras un inesperado triunfo, a la hora de regreso se le sumó la de los festejos. Los caballeros se despojaron de las pesadas armaduras, y cumplido el deber con el rey y el pueblo, se unieron ala fiesta en palacio. Como era de esperar, al merecido banquete acudieron los soberanos del reino, el concejero real y una centena de invitados, monarcas vecinos y honorables órdenes de caballería. A Sir Farhin le pesaba la mirada frente a la numerosa concurrencia. No conseguía divisar la naturaleza esplendida y abundante de la princesa. Sin su presencia, la alegría del momento perdía sentido, tan sólo quedaban estériles victorias. Gaya, reina y madre de la joven, percibió el enigmático silencio en torno al caballero favorito de su hija Tala. En ese momento recordó el aire encantador con el que solían tornar sus enormes ojos azules a la sola mención de aquel hombre. Pero hacía tiempo que esos ojos se habían cerrado a este mundo, y ese brillo ya nos haría compañía.
Aún con aquella ausencia, hubo más banquetes, danzas y torneos, a los que asistieron las figuras más nobles y distinguidas. Cuando los convidados dispusieron su partida, la reina se aproximó a Sir Farhin y secretamente le entregó una misiva. El joven cogió el mensaje y, tras las correspondientes reverencias, abandonó el palacio.Durante algún tiempo nada se supo sobre su paradero. El joven tenía un andar incierto pues se creía incapaz de llevar a cabo el pedido de Gaya. Sin embargo, la insuficiente fuerza y el poco ánimo que le acompañaban en el viaje terminaron por vaciar su corazón. La primera noche, una voz tierna y resuelta le visitó en sueños:
-“Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión;
De ansia de goces mi alma está llena.”-le decía
-“¿A mí me buscas?”-inquirió el muchacho
-“No es a ti; no.”-respondió la voz
La noche siguiente, una nueva frase pobló sus somnolientos oídos:
-“Mi frente es pálida; mis trenzas, de oro;
puedo brindarte dichas sin fin;
Yo de ternura guardo un tesoro.”
-“¿A mí me buscas?”-preguntó Sir Farhin
-“No; no es a ti.”-le contestó nuevamente
Transcurrieron varios meses desde aquel último mensaje onírico y el caballero, absorto en sus pensamientos, ya se había olvidado de la misión que le había encomendado su reina. El único interés que rozaba su cabeza era el de develar el origen de la misteriosa voz. Fue entonces cuando se internó en la espesura de un bosque. Tan distraído iba, que no advirtió la presencia de una encorvada anciana. A sus ropas andrajosas le acompañaba un pálido semblante; una larga cabellera gris caía en mechones revueltos sobre sus hombros. Al cruzarse con ella, Sir Farhin estuvo a punto de derribarla con su caballo.
-Un caballero como tú, Farhin, no debería ser tan falto de cortesía.-exclamó indignada la viejecita-¡Te deseo que adquieras el aspecto del primer hombre que se tope en tu camino!-le espetó
Antes de que el joven se recuperara de la confusión, la anciana desapareció tras una nube de polvo blanco que luego se alejó. El caballero comprendió que había tenido un encuentro con un hada del bosque, y con ello, la gravedad de su insulto. La maldición no tardó en surtir efecto, pues a pocos metros vio acercarse a un feo enano montado en una mula. Su cuerpo manifestó un extraño sacudimiento, su armadura comenzó a parecerle demasiado grande, y su estatura se tornó extremadamente baja.
Aunque para él su aspecto físico o cualquier otro suceso re referente a sí mismo ya no tenía sentido, un nuevo llamado le hizo recobrar las fuerzas extintas:
-“Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y de luz;
Soy incorpórea, soy intangible.”-le habló la antigua voz
-“No puedo amarte.”-se apenó Sir Farhin. Era la primera vez que el caballero reconocía a la doncella detrás de la voz.
-“¡Oh, ven; ven tú!”-reclamó la dama antes de que el muchacho despertase.
En cuanto el caballero abandonó aquel sueño, advirtió que habían huido todos sus tristes pensamientos. Cayó en cuenta que se hallaba en medio de un lugar sombrío y tétrico, cuando comenzó a oír un grito de auxilio cada vez con mayor intensidad:
-Por favor, sálvame de estos malvados…
Sir Farhin no vaciló: se caló el yelmo y empuñó con decisión la lanza, mientras se dirigía a los malhechores:
-Puesto que han ofendido a una señorita, no les perdonaré la vida.-vitoreó. El muchacho se lanzó contra los malvados. Derribó a uno y embistió al otro, terminando con ambos. Entonces la joven a la que había salvado alzó el velo que cubría su rostro, y el caballero reconoció al hada que lo había encantado.
-No te esfuerces más, Farhin. Ahora se que en verdad no eres un caballero descortés y desmemoriado, sino alguien capaz de dar su vida por una buena causa…así que te perdono…-dijo el hada.
El caballero sintió que sus toscas facciones se invertían y pronto recuperó su aspecto inicial. Pero el hada le había otorgado una nueva cualidad a modo de obsequio: justamente ese don que Gaya le había encomendado reencontrar…A los labios de Sir Farhin arribó una sonrisa, al tiempo que la dama mágica se despedía escondida tras el ala de una paloma blanca. El caballero buscó entre sus ropas la carta de la reina y le echó una última hojeada.
“Estimado Sir Farhin:
Desde el día en que mi querida Tala se dispuso a abandonarnos, no he conseguido olvidarla. Su muerte es un peso que no puedo soportar. Por eso os ruego, Sir Farhin, cumplid con el último deseo de vuestra amada princesa: sed feliz tú, hijo mío, y yo compartiré tu dicha.” Gaya

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