lunes, julio 17, 2006

5 minutos


Asomaba a sus ojos una lágrima
Y a mi labio una frase de perdón;
Habló el orgullo y se enjuagó su llanto,
Y una frase en mis labios expiró.


Yo voy por un camino, ella por otro;
Pero al pensar en nuestro mutuo amor,
Yo digo aún: "¿Por qué callé aquel día?"
Y ella dirá: "¿Por qué no lloré yo?"

***

Sin más que decir, la joven de cabellos castaños desvió la mirada hacia la mesa contigua a la de ellos. El Gran Comedor clamaba silencio en la oscuridad y apenas se oían los susurros de los dos alumnos que furtivamente habían asistido a aquella secreta reunión.
Franco contemplaba a la chica, demasiado atónito como para emitir palabra alguna. La tenía a su lado, de espaldas, tratando de ocultar las lágrimas con interminables y tortuosos suspiros.
¿Cómo podían haber llegado a aquella desdichada situación? Malvina permaneciera inmutable, como nunca antes se había comportado. Franco no lo entendía, ella no era así sino todo lo contrario. Ella había mostrado una faceta dulce e inofensiva desde aquella ocasión en la que se habían conocido.
Eso había sucedido tiempo atrás, cuando Franco regresaba al colegio después de haber pasado varias semanas confinado en su casa. Él recordaba aquel período anterior al primer encuentro con Malvina como uno de los más duros de su vida: su madre había fallecido en un accidente automovilístico y de repente, tanto él como su padre se hallaron inmersos en un profundo sufrimiento.
En un comienzo, Franco había intentado no dar muestras de su dolor y aparentaba fortaleza, mas llegó a un punto en el que le fue imposible sostener esa farsa; no podía continuar como pupilo en el colegio sin que el resto de los alumnos y profesores notasen el impacto que le había producido aquella pérdida. Por eso había decidido alejarse por algún tiempo, al menos hasta que se hubiese recompuesto un poco.
Y así fue como, en el mismo día en el que volvía a instalarse en el instituto y retomaba sus clases, se cruzó con Malvina en uno de los pasillos. Ella llevaba sobre sus brazos una pila de libros y caminaba con prisa, sin fijarse por dónde iba. Por su parte, Franco también andaba distraído, perdido en sus propios pensamientos. Ninguno de los dos miraba lo que tenía delante de su camino y sólo se dieron cuenta de ello cuando se produjo el choque y ambos cayeron al suelo.
— Disculpa. Los libros me impedían ver. — se excusó Malvina mientras volvía a apilar los pesados volúmenes.
— Descuida, yo iba igual que tú. — le respondió Franco, con una sonrisa forzada.
— No te sientes bien, ¿verdad?
— No. Pero he estado peor. — le dijo él con un tono cortante. Franco pensó que la chica probablemente era nueva, porque no recordaba haberla visto antes. Eso explicaría el por qué ella no sabía lo que le había ocurrido, pero la expresión de su rostro se había encargado de delatarlo. — Discúlpame de nuevo. Estoy retrazado. — añadió apresuradamente
— Comprendo. A veces yo me siento así y tampoco quiero hablar de ello. — agregó ella. Había en sus palabras una calidez que Franco no pudo ignorar. — Aunque suene extraño, viniendo de una desconocida, si alguna vez quieres contarle a alguien puedes hacerlo conmigo. Mi nombre es Malvina. — terminó de decir, al tiempo que le extendía una mano.
— El mío es Franco. — completó él. Estrechó su mano por un par de segundo nomás, pero en su interior le pareció que podría continuar allí por una eternidad, sostenido por la mirada de aquella chica. Finalmente, soltó su mano y se despidió. — Si alguna vez quiero hablar con alguien, volveré a tropezarme contigo.
Al día siguiente volvieron a verse en el mismo sitio. Los encuentros se repitieron y llegó un momento en el que Franco tuvo que admitir que se sentía inmensamente cautivado por el alma tierna y compresiva de Malvina. Por ello fue que la había aceptado. Por ello se había animado a dejar fluir sus emociones. Por ello la había convertido en su novia. Por ello había hecho caso omiso a las diferencias de sociales. Por ello había soportado las bromas y las habladurías. Por ello había apaciguado un poco su orgullo, porque ella nunca lo heriría… porque parecía que hiciese lo que él hiciese, Malvina no se interpondría sino que siempre lo apoyaría.
Sin embargo, lo que acababa de suceder contradecía todo. Franco pensaba en su incredulidad. ¿Qué fue lo que ocurrió? Durante los días anteriores a esa reunión nocturna ella no había dado ninguna señal de querer acabar con la relación. Ella parecía feliz, ella debía ser feliz… ¡¿cómo podía ser posible que así porque sí Malvina se hubiese despertado, lo citase con urgencia a esas alturas de la noche y luego le comunicase que había decidido terminar con él, sin anestesia ni explicaciones?!
¿Qué fue lo que ocurrió?, Franco volvía a preguntárselo miserablemente. ¿Qué sucedió para que él no pudiese advertir su angustia? Debía de hallar alguna causa por la que ella había tomado tan abrupta determinación. Tal vez... había dejado de quererlo, o se había hartado de él... o nunca lo quiso. Quizás el tiempo que pasaban juntos se había tornado agotador y fastidioso. Tal vez ella ya no deseaba sus besos ni su presencia. ¿Sería posible que en realidad nunca la hubiera conocido de veras y todo cuanto sobrevino e hizo había sido una farsa? Pero no..., no podía ser aquello. Él sentía su admiración y cariño. Podía hasta palpar el amor sin restricciones que ella le brindaba con los brazos abiertos.
¿Qué fue lo que ocurrió? Podría ser que todo aquello fuese un malentendido. Algún malintencionado podría haberlo difamado y contado mentiras a Malvina. Pero Franco tenía la certeza de que ella nunca caería en esa clase de trucos. Aquello no podía ser el motivo de la ruptura porque entre ellos siempre había reinado una confianza cegadora,
Entonces, ¿qué fue lo que ocurrió? Quizás ella pretendía recibir aún más de lo que él ya le había ofrendado. Tal vez deseaba la misma devoción que ella le ofrecía. Quizás estaba pretendiendo que sobrepasase sus propios límites. Si ella aspiraba a eso, debía saber que él ya había cedido demasiado.
Fuese lo que fuese, Malvina permanecía callada, y de entre las pocas palabras emitidas y su reciente silencio, Franco no logró hallar la respuesta, no pudo más que percibir su dolor. Y aquel constante silencio al que ella lo sometía sin explicaciones ni argumentos, era lo que más le disgustaba.
Si la decisión de Malvina era irrevocable, entonces él no tenía otra opción que no fuera marcharse de allí cuanto antes. De ahora en adelante, debía verla como una alumna del montón, como una persona irrelevante en su vida. Y si las cosas iban a ser de ese modo, quería acabar con eso de una vez para ya no verle más el rostro; puesto que, si lo hacía, si contemplaba una vez más aquella dulce y confiada mirada, confirmaría que todo el odio que en esos instantes sentía, se iría; y él se arrojaría a sus brazos a llorarle e implorarle un por qué, una solución, una oportunidad más. ¿Cómo aquella persona tan tierna había llegado al extremo de causarle tanto daño?
Franco se levantó de la silla, aún confuso y débil, intentando no librar la pena que reflejaría en sus sollozos, junto con su rabia, su rencor y su tormento. No podía reclamar las razones del por qué, su orgullo no se lo permitía. Ya suficiente tenía con el amor que debía de ignorar a partir de ese momento. Demasiado tendría que soportar con la idea de no volver a escuchar su risa otra vez, o no volver a besarla nunca más. Nunca más. Pero, ¿por qué, por qué, por qué?
Conciente de que esta seguramente sería su última conversación, resolvió ser él quien le diera el cierre:
— ¿No deseas decirme nada más? — murmuró él poniéndose de pie, pero aún de espaldas.
— No.
La tristeza y desesperación casi le hicieron desfallecer. Franco no sabía cómo hacerle hablar sin que su propia angustia quedara expuesta.
— Bueno, entonces, ahora que te oí, me permitirás irme. Ya que, al citarme aquí, nos pusiste en peligro. Y bien sabes tú que, como presidente del Comité Estudiantil, debo dar el ejemplo y evitar todo tipo de situaciones inconvenientes. Creo que deberíamos volver a nuestras habitaciones lo más pronto posible. — dijo Franco. Le costaba hablar, se le hacía tremendamente difícil mantener la voz serena y fría. Las palabras parecían rasparle la garganta, y aquello lo incitaba aún más a romper a llorar. Pero se contenía porque estaba aguardando que se manifestara alguna señal. Una señal, eso era todo lo que necesitaba para intentar hacerle confesar. — El celador vigila todo el tiempo. Calculo que dentro de 5 minutos él volverá a pasar por aquí.
Sólo oyó un jadeo de asentimiento. Después de eso, nada. Ambos se mantenían mudos, el silencio había ganado la batalla. Él ya no encontraba nada más que decirle sin explotar en reproches y preguntas. Entonces cobró impulso y comenzó a andar en dirección al Área de los Dormitorios Masculinos. Esa era la última oportunidad que ella tenía para reaccionar, mas no lo había hecho. Ni siquiera se había vuelto para despedirse. Y allí se desmoronaron las esperanzas de Franco. En realidad, Malvina ni siquiera se había levantado para dirigirse a su cuarto, no se había movido de su lugar.
— ¿Acaso esperas a alguien más, que no te mueves? — le espetó él, comenzando a perder la paciencia — Vete que yo vigilaré que no aparezca el celador.


***

Malvina se puso de pie sin romper aquella insoportable quietud. Luego se volteó quedamente para enfrentar los insensibles e ingratos ojos que le habían destrozado el alma. Debía persistir decidida, mas aquel aspecto sereno e indiferente que observaba, sólo le incrementaba más y más su desdicha. Delante de ella estaba la confirmación de que tomaba una buena determinación. La imagen que se reflejaba ante ella era la de una persona relajada y segura, la de alguien que demostraba que no había sido afectada por lo dicho en forma alguna. Malvina intentó contenerse, pero el llanto volvía a descubrir su pena. Empezó a moverse por entre las sillas con la vista nublada por las lágrimas. Se alejaba de él sin despedirse.
— Adiós. — escuchó la voz de Franco ya desde el otro lado del salón.
Al oírlo, las escasas fuerzas que aún conservaba se desprendieron de ella sin piedad y el llanto ya no le fue suficiente para aliviar su tortura. Lloraba desconsoladamente, emitiendo gemidos, suspiros interminables, sollozos que convulsionaban su cuerpo. Trataba de no gritar, pero ya la voluntad no le respondía. No podía dejarse ver en tan deplorable estado. Prosiguió su marcha hacia su dormitorio, con paso débil, evidenciando toda su angustia.
Al llegar a las escaleras, se detuvo. Y pensó que, siendo ésta la última vez que le hablaría, la última vez que estarían a solas, sería mejor sepultar todas sus dudas. Se dio vuelta, y unos escalones abajo, halló a Franco, mirándola con un semblante un tanto extraño; algo que Malvina no pudo reconocer. Por unos instantes, se acobardó, y no quiso hablar. Prefirió aguardar a que él le explicase por qué se encontraba allí. Pero él no emitió una palabra: Malvina pudo ver en su rostro duda y expectación. Los sollozos de la joven habían cesado y el maldito silencio se había apoderado del lugar una vez más. Tal vez, por un momento, ella vio una pequeña luz que estallaba en su corazón. Quizás era la esperanza que se asomaba y le decía que no todo había acabado. Pudo notar que aquel sentimiento crecía suavizando su pesar, tratando de instalarse en el fondo de su ser; hasta que él finalmente habló:
— Te dije que sólo nos quedaban 5 minutos. Vamos, sube, no tengo toda la noche.
Y aquella luz se apagó, dejando rastros andrajosos de ira y lágrimas que resbalaban por su rostro. La pregunta que tanto le quemaba la lengua salió de sus labios en un murmullo, con toda la cólera, desesperación y tristeza acumuladas:
— A tí no te importa nada de esto, ¿verdad? — sollozó Malvina con un hilo de voz, mirando fijamente al muchacho.
Franco no reaccionó de inmediato. Parecía meditar la respuesta, ya que ésta lo había dejado estupefacto. Finalmente habló con la misma calma que ella, mas su voz estaba teñida de reproches.
— A tí es a quien no te importa nada, Malvina. — se quejó con un susurro entrecortado. Todas las explicaciones que había intentado darse a sí mismo, ella las había descartado con aquel interrogante. Ahora debía saber..., ahora tenía que entender qué fue lo que ocurrió. — Tú eres la que..., la que... abandona esto sin explicaciones... — la mirada acusadora de Franco atravesó a Malvina y la dejó momentáneamente desconcertada — Vienes, cortas conmigo y te vas... — gritó él, casi sin voz, tratando de retener las palabras.

***

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