jueves, diciembre 07, 2006

Un sueño...

Era de mañana, de esas mañanas en las cuales las personas que cruzan la calle llevan estampado en sus rostros un pedazo de cielo gris. Y en contraste, yo me encontraba feliz, tremendamente feliz. Era muy temprano para estar comiendo pizza, pero mientras andaba por la calle, yo me deleitaba con una porción que había sobrado de la cena de anoche.Poco me importaba lo que el resto podía pensar. Me miraban demasiado, como tratando de hacerme sentir incómoda, aunque ahora que lo pienso mejor, tal vez sólo querían que les convide un poco. Seguí así, caminando y caminado, pasando por calles de cemento y de tierra, hora tras hora, día tras día, mes tras mes. Y el trayecto se me iba haciendo cada vez más pesado, ya no me acompañaba el mismo ánimo que había tenido en un comienzo.
- Disculpe, ¿sabe cuánto me falta para llegar a la estación? – le pregunté a una señora cuyo rostro rebosaba de pelo, en comparación con el gato calvo que caminaba a su lado.- Hoy es sábado, mañana va a ser domingo. – me respondió y salió corriendo. Un perro negro, que se pavoneaba de su tamaño y porte robusto, les había estado fulminando con la mirada (tanto a ella como a su gato) y ahora que la mujer se alejaba a gran velocidad le seguía con aire embravecido.
Guiándome por sus aullidos y ladridos, traté de seguirles el rastro. Pero fue inútil. No conseguí unirme a aquel trío, tan mimetizados que estaban entre la multitud de transeúntes. Todos ellos, pura gentuza que no hacía más que chillar a causa de la repentina lluvia. En mis oídos comenzaba a gestarse una especie de superposición de sonidos, entre el repiqueteo de las gotas y los ecos de aquella lejana conversación con la señora velluda. Tenía que hacer mis propios cálculos…si hoy era sábado y no me quedaban más restos de pizza… ¿con qué iba a pagar el boleto del tren? Mmmm, tenía que volver a casa a pie o esperar que algún conocido pasase por allí. Llegó la noche, la lluvia decidió partir y no accedió a llevarme con ella. Yo continuaba ahí, aunque entretenida jugando al solitario con un mazo de cartas. Jugué por un buen rato, hasta que me di cuenta que no me gustaba perder contra mí misma. Estaba juntando las cartas, a punto de guardarlas en su caja, cuando un grupo de turistas orientales se abalanzó sobre mí e intentó quitármelas de la mano. Todos contra una sola persona, era injusto, muy injusto…y al parecer algunos también lo creyeron, porque poco a poco se fueron pasando a mi lado. Eso no hizo más que intensificar el forcejeo, y la batalla por ver quién cedería primero se prolongaba en un tira y afloje, tira y afloje, tira y afloje.

jueves, noviembre 23, 2006

Aurora

Yo sé que del oriente,
mil sabores
se componen en tu boca…
Aborda este horizonte,
el beso decanta el maleficio,
atrévete a la aventura,
vale el sacrificio.

Soberanos del espacio
ejercen los vientos
su dominio.
Polvo en el aire
turba mis pulmones.
¡Date prisa!
Verdea mi cuello,
poco respiro,
agonizo.

Tendida sobre la piedra,
la tarde retira sus luces:
empobrece mi calor,
mi rostro se consume.
Anuda tu valor,
no te excuses.

Las fortalezas no son eternas.
Todo cae, cae, cae.
Prisionera del tiempo,
se desmorona mi castillo.
A ti espero,
sálvame,
te lo suplico.

lunes, noviembre 06, 2006

El plátano de la felicidad

Ni bien cobré el aguinaldo, lo primero que se me ocurrió fue reservar dos pasajes de avión con destino al Caribe. Renata y yo llevábamos 5 años de casados y debido a que ambos trabajábamos fuera de casa, todavía no habíamos tenido una luna de miel, ni siquiera un fin de semana en El Tigre. Cuando se enteró de la noticia, me abrazó, me besó y luego, como cayendo en cuenta de lo que aquello significaba, me dijo:

- Y el plátano…, ¿quién va a cuidar de él?
- ¿Otra vez con eso? – rezongué por enésima ocasión en la semana – Siempre es lo mismo con vos. Nunca podemos disfrutar de ninguna salida si estás a más de 10 metros de ese árbol estúpido.
- Ricardo, vos no me comprendés. Ese árbol estúpido como vos le llamas – y comenzó con su característico tono nostálgico – es el único recuerdo que me queda de mi abuela Adela. Todavía me retumban en el oído sus últimas palabras…
- “Cuide a mi plátano m’hijata.” – completé la frase imitando la voz de aquella vieja sin dientes, abuela de Renata.
- No seas así. Ella nos dejó la casa y lo mínimo que podemos hacer es mantenerla y cuidar de todo lo que hay en ella. – repuso.

Me pasé toda la semana buscando a un buen casero, hasta que por fin Renata se convenció de que el hermano del alemán de la esquina cuidaría bien de la casa. “Me dijo que trabajó en un vivero”, comentó contenta, mientras viajábamos hacia el aeropuerto. Una vez que subimos al avión, se hizo más notorio el cambio que había en ella. Pareció disfrutar el viaje, pues comió a granel y bebió vino tinto, cosa que únicamente hacía cuando se sentía muy relajada. Lo mejor de todo, no hizo ni una sola alusión al plátano.
Los folletos de los paquetes turísticos suelen ostentar lujos y comodidades dignos de la realeza, una pena que cuando uno llega a destino ya se han desvanecido.
Renata y yo lo comprobamos ni bien colocamos un pie en el hotel. En el mostrador no había nadie, así que tocamos la campanilla durante largo rato hasta que el encargado (vestido con ese tipo de trajes que usan los mayordomos), hizo su acto de presencia. Nos dijo que se llamaba Demetrio, estrechó mi mano y besó la de mi esposa, gesto que consideré demasiado atrevido a pesar de que se tratase de “un signo de sus buenos modales, algo que vos deberías imitar”, como recalcó Renata en la cena.
Al día siguiente nos levantamos a primera hora para recorrer los distintos lugares de interés cultural que Demetrio había recomendado a mi esposa. Para mi gusto, rotundamente aburridos, pero Renata estaba sumamente encantada por los aires de mundo de ese pingüino de hotelucho de cuarta, de modo que no pude rehusarme. Nuestro tour duró hasta el mediodía, para entonces ya no podía frenar mis deseos por ir a alguna playa y nadar en el mar; Renata se excusó diciendo que estaba cansada y decidió volver al hotel.
La arena, el agua y el sol fueron una combinación fatal para mí. Cuando estuve de regreso, no sólo esta exhausto sino que casi no podía moverme porque me había tostado en demasía. Renata llamó al pingüino y este prometió que enviaría por un médico. Como me temía, había sufrido una tremenda insolación que iba a dejarme el resto de la semana en cama.

- Si te hubieras venido conmigo, esto no te hubiera pasado. – me regañaba Renata mientras me untaba la crema que me había prescripto el médico – Demetrio ya me lo había dicho, el sol estaba muy fuerte. – agregó con un tono que me disgustó - Ahora nuestras vacaciones están arruinadas.
- No digas eso. Vos podés salir mientras yo me recupero.
- ¿Y dejarte acá?
- Prefiero eso a que estés aburrida, encerrada en este cuarto y te den ganas de volverte.

Los días transcurrieron, Renata se iba temprano y regresaba entrada la tarde. Yo me mostraba indiferente, aunque por dentro me moría de ganas de acompañarla. Pero ella ya no se acordaba del plátano y eso era un gran avance. En cuanto estuviera un poco mejor, volveríamos a pasar buenos momentos juntos. Me había prometido a mí mismo que luego de este viaje, lograría que Renata hiciese lo que yo quisiera; lograría que dejase ese trabajo odioso y se hiciera ama de casa permanente, lograría que le dijera adiós a ese árbol inútil.
Esa noche, mi esposa no volvió a la hora habitual. El sueño me estaba ganando, escuché que el reloj marcaba las 11 y después…caí dormido. La mañana siguiente, desperté totalmente recuperado, busqué a Renata a mi lado y no la hallé. Me recorrí cada fracción del hotel sin encontrar rastro de ella. Entonces me dirigí al mostrador, con la esperanza de que el pingüino supiese algo de ella, pero…
En su lugar había otro sujeto y cuando me le acerqué, lo primero que me dijo fue que como Demetrio había renunciado el día anterior, se estaba realizando el cambio de administración.

- Me importa muy poco. – respondí cortante – Lo que quiero saber es si mi esposa no dejó algún recado diciendo a dónde iba a estar.
- Espere un segundo, creo que vi algo por aquí. Ah, si. Tome.

Leí la nota, la estrujé en mis manos y salí como una ráfaga de ahí.

“Ricardo:
Estas vacaciones me hicieron abrir los ojos. El plátano era una excusa para no admitir el grave error de nuestro matrimonio. Ahora conozco el amor, ahora que tengo a Demetrio conmigo conozco el sabor de la felicidad.
Por favor, no me busques.
Renata”

viernes, octubre 27, 2006

Alquimia

Él busca la fórmula de su felicidad,
es un alquimista sentimental.
Los valores no concuerdan,
se confía del resultado
pero lo calcula todo mal.
Está pendiente del ayer,
del tiempo masticado.
Y el día de hoy,
no vale para él;
causa sin causa.
Porque vivir del momento extinto
es tantear a ciegas,
sumergido en un mar de espectros.
***
A recobrar el aliento,
alquimista sentimental,
tu función está fallando,
algo debes de cambiar.
La ecuación es sencilla,
pero…enajenado en el pasado
sólo te has de engañar:
la medida de tu felicidad
no es la recta
que supiste trazar
sino la curva
que puedes tomar.

sábado, septiembre 30, 2006

Cómo decirte

Puedes perder tus miedos,
tu huésped seré esta noche,
y cumpliré tus deseos,
sin emitir ningún reproche.
Pero mañana, olvida mi visita
pues cuando despiertes
me habré perdido de tu vista.

Estoy libre de pasiones,
no me persigas,
no me rindas culto.
Mi corazón todo lo resiste
porque está oculto.
Tú aceptaste mis condiciones,
no te hagas el ofendido.
Si encuentras tu cuarto vacío
date por vencido.
¡Cómo decirte!¡Cómo explicarte!
Sueños no tengo, tampoco esperanzas
y mucho menos, un alma.
Simplemente, nunca me despido:
yo volteo con calma
y prosigo mi camino.
¡Cómo decirte!¡Cómo explicarte!
Es muy sencillo,
no pienso amarte.

domingo, septiembre 17, 2006

Sopa de letras

Me gustaría referirme a uno de los primeros sucesos en el cual me vi involucrada con la lectura. Ocurrió que a la edad de tres años, en pleno auge de la curiosidad, encontré entre las fotos de la familia una hoja rectangular doblada en cuatro partes. En una de ellas había unos dibujos, a mi parecer, eran deformes manchas oscuras. Desplegué la hoja y entonces la figura anterior me resultó mucho menos atractiva que lo que se me presentaba en ese momento: enroscadas líneas azules que flotaban sobre pequeños puntitos negros. Intrigada por mi hallazgo, corrí a buscar a mamá para preguntarle qué era aquel papel tan extraño que se encontraba entre mis fotos. Ella tomó el papel con ternura y, mientras le echaba un vistazo, me decía: “Nombre: S*** S*** A***. Fecha de nacimiento: 21 de junio de 19**. Lugar: Avellaneda. Impresión del pie derecho.” Leyendo la última oración, mamá se inclinó hacia mí y me señaló aquellos manchones negros que en un principio habían llamado mi atención. Esa fue una sensación nueva. Lo que yo suponía que eran simples dibujos ininteligibles en verdad contenían parte de mi historia. Esos datos, de los cuales apenas tenía conciencia, estaban plasmados allí. El juego de las letras se estaba iniciando para mí.
Durante los días siguientes toda hoja que encontraba con aquellos simpáticos dibujitos se la llevaba directo a mamá o al adulto más próximo, para que me revelara el misterioso secreto que portaban esos tesoros de papel. Tan atareado tenía a todo el mundo que quizás por eso mi incorporación al jardín de infantes fue bastante apresurada. Aunque no tenía la preparación necesaria como para leer y escribir efectivamente, a través de los juegos estaba intentando aprehender el significado de aquellos signos. Al empezar la primaria, la situación cambió y, a la fuerza, tuve que hacerme amiga del abecedario: lo que antes era un juego se convirtió en una condición necesaria para continuar con el aprendizaje. En esta época mis intereses se ampliaron y el gusto por la lectura - antes un bien escaso del que quería adueñarme - dejó de hallarse entre mis actividades favoritas.
No obstante, conforme pasaban los años, me surgían nuevas inquietudes – relacionadas con el mundo más allá del entorno inmediato – y aunque podía preguntarle a otros, escuchar la radio o mirar la televisión, reencontré en la lectura una forma de franquear esas barreras espaciales y temporales. Fue en esta nueva empresa cuando, yendo de diario a revista y de revista a libro, la balanza se inclinó hacia la literatura. En especial, me cautivó la literatura fantástica, aunque esta me remitió a otros textos y, con ellos, a una mezcla de escritores clásicos y contemporáneos. Podría destacar muchos, pero para sintetizar mencionaré a un libro y a un escritor que siempre me atrajeron y que hasta el día de hoy no me canso de leer y releer: Rimas, de Gustavo A. Bécquer. Esta segunda fase de mi vida coincidió con la masificación de la Internet. ¿De qué manera influyó en mi historia como lectora? En primer lugar, navegar por la red me permitió encontrar a personas que compartían las mismas afinidades. Así fue como comenzó mi participación en foros virtuales y listas de correo electrónico referidos a determinados géneros literarios y autores. En segundo lugar, porque a través de estos medios tuve la posibilidad de ingresar en un club de lectores y de asistir a las reuniones mensuales. Creo que esa clase de oportunidades fueron las que me incentivaron a no abandonar mi actividad de lectora ya que tomé conciencia de los múltiples campos de acción en los que la palabra escrita deja su marca. Estas reflexiones me llevaron hacia otra etapa: el desdoblamiento entre lector y escritor.
Desde aquel entonces, leer y escribir irían juntos de la mano. Los tiempos que corren me lo confirman. ¿Qué leo en el presente? Lo que predominan son los textos académicos, pero trato de hacerme un lugar para lo que más me gusta y, de tanto en tanto, alterno con alguno de los cuentos de Cortázar que adquirí en la última feria del libro. ¿Qué escribo en la actualidad? Mmm… listas para las compras, notitas con direcciones y teléfonos, e-mails, apuntes de las clases, resúmenes, monografías, y poemas, cuentos y reflexiones en los ratos libres.

Complejos preteritos

Si me anhelas,
si te cubres con mis brazos,
si te cobras con mis besos,
si te pierdes entre mis senos,entonces…
Yo puedo apartar mis recuerdos,
yo puedo enmudecer mis proyectos,
yo puedo suprimir mis miedos;
y alzar el pecho,
recorrer tus deseos con una mirada,
iluminar tus ojos con una sonrisa,
danzar mis labios sobre tu cuello,
y repetir este ciclo,
por siempre,
para siempre,
junto a ti.

Pero ante todo,
hay algo que debes saber,
yo no gusto de comparaciones:
no soy historia antigua,
ni amor de copia,
ni mujer repetida,
esa no soy yo.

Yo no puedo sembrar en la hiedra,
yo no puedo nadar en el vacío,
yo no puedo vivir hacia atrás;
y quebrar mis fuerzas,
beber mi boca del veneno,
violentar mi voz por el desprecio,
ahogar mis ojos en el silencio…
esa no soy yo.

Entiende,
aquella se alquiló otro espacio,
aquella se apartó de escena,
aquella no volverá.

Ella es pasado,
yo soy presente.

Estoy a tu lado,
quita la última espina,
limpia este camino.
Hacia ti va la alegría,
toma mi mano.
Apuesta a este día,
todo te será dado,
mas no me quieras por analogía.

Que no daria...

Que no daria yo
por proyectar sobre tu almohada
el destello de mi alma.

Que no daria yo
por perder entre tus mantas
la avidez de mis entrañas.

Que no daria yo
por extraer de tu mirada
una pizca de esperanza.

Tu

Yo, doncella taciturna.
Tú, caballero errante.

Tú, que con la soltura de tu andar
cautivaste mis suspiros.

Tú, que con el perfume de tu aliento
embriagaste mis sentidos.

Tú, que sin preverlo
transitas mi camino.

5 minutos II


Malvina permaneció pensativa, escrutando cada movimiento del rostro de Franco. Él... al parecer, estaba, quizás, ¿turbado?, pensó ella tratando de leer su expresión. ¿Qué fue lo que no entendió? ¿Y con qué razón quería indagar en los motivos del rompimiento? Tal vez pensaría en el qué dirán de sus amigos, como siempre lo hacía, como siempre lo hizo...
Ya desde el primer día en el que se habían encontrado, Malvina había sentido una enorme atracción hacia Franco. Lo había visto con el alma destrozada y el corazón partido. Desconocía las causas que lo habían llevado a tal extremo, pero como respuesta a aquel triste descubrimiento en el interior de Malvina comenzó a gestarse un fuerte sentimiento. Entonces ella no pudo evitar demostrar su preocupación y actuó con toda naturalidad, como si ese muchacho no fuese un total desconocido: le ofreció un hombro en el cual descargar sus penas. Al poco tiempo se hicieron muy unidos y compartían cada momento que podían. Franco iba recuperándose día a día de la pérdida de su madre y Malvina creía que no se había equivocado al hacerle caso al amor que se estaba expandiendo dentro de ella. Por desgracia, muy pronto tuvo la desdicha de conocer la otra cara de su relación con Franco. Desde un principio Malvina se había dicho a sí misma que con tal de salvaguardar su amor, sería capaz de enfrentar cualquier obstáculo; porque creía que mientras permaneciera al lado de Franco, nada le faltaría. Mas las acciones de Franco se encaminaron hacia otros rumbos. Él pretendía estar con ella, pero a la vez no podía desprenderse del resto del mundo. Él siempre le recordaba que sostener aquella relación le reportaba grandes sacrificios y conflictos: porque él tenía una posición económica bastante placentera y ella venía de un hogar modesto; porque su padre era uno de los benefactores del colegio y uno de los hombres más influyentes dentro de la institución y ella era tan sólo una alumna becada; porque sus amigos le decían que ella era una interesada y por eso él, en cada ocasión en la que intentaba defenderla, terminaba discutiendo con ellos, etc. Y aunque Malvina reconocía todas esas trabas, no podía dejar de notar que Franco estaba tan pendiente del mundo exterior, que descuidaba su mundo interior y, con ello, permitía que ella se sintiera cada vez más relegada.La vacilación de Malvina iba en aumento, a pesar de que ella intentaba poner todo su empeño para no pensar en ello. Hasta que un día sucedió algo que terminó por dilapidar la poca firmeza que todavía tenía la relación. Aquello había ocurrido un par de días atrás, en el cumpleaños de Franco. Con ayuda de algunos de sus allegados, Malvina le había organizado en el colegio una fiesta sorpresa. Había pasado varias semanas planificándolo todo, atendiendo hasta el más ínfimo detalle, y cuidándose de que Franco no se diese por aludido. Al final, la fecha señalada había arribado y la celebración se estaba llevando a cabo con mucho éxito. Malvina se sentía satisfecha pues, él se veía sorprendido y feliz, disfrutando de su cumpleaños. Parecía que nada podría alterar aquel día ideal, hasta que llegó el momento de traer el pastel. El homenajeado estaba sentado a la cabecera, el pastel delante de él, sus amigos le rodeaban y cantaban con ánimo. Malvina era la encargada de apagar las luces para dar una ambientación más apropiada al momento, por lo que tardaría algunos instantes en regresar. Pero cuando Malvina cumplió con su tarea y volteó el rostro en dirección a la mesa, el alma se le cayó al suelo. Franco no había advertido que ella no estaba presente, o tal vez lo había notado y tampoco se había molestado en aguardarla. Fuese como fuese, él ya había pedido sus deseos, soplado las velas y ahora estaba saludando al resto de los invitados. Malvina quiso acercársele, abriéndose paso entre la multitud, mas le fue imposible. Le gritó, le hizo señas con las manos, pero tampoco tuvo suerte. Todos sus intentos por llamarle la atención fallaron. Como una persona fuera de lugar, Malvina contemplaba estupefacta aquella escena: Franco se hallaba alegre y divertido, parecía ser que nada más le faltaba. Todo le indicaba que ella era quien estaba de sobra.Recién cuando la fiesta se hubo acabado y todos se hubieron ido a sus respectivos dormitorios, Malvina pudo alcanzar a Franco. Se aproximó y le rozó el hombro, mas este le apartó la mano con un gesto desdeñoso, argumentando que estaba demasiado cansado y que se iría a dormir de inmediato. Y a partir de aquel incidente, Malvina supo que no se equivocaba al pensar que ella estaba ausente en el corazón de Franco.Como en cada momento compartido, los recuerdos no se apiadan en demostrárselo. Como todas las veces en que ella había quedado en segundo lugar..., siguiéndolo, teniendo la certeza de que él quizás ni la notaba..., que sólo la veía cuando estaban sin testigos... Ellos se iban distanciando día a día, y Franco jamás se había dado por enterado. Y en el momento presente, el hecho de que él no se diese cuenta de lo que ella había sentido a través de aquella tortuosa relación, la hacía volver al punto de donde había partido: Malvina no podía aspirar a otra cosa que no fuese estar en segundo rango en la vida de Franco.Sin embargo, al salir de sus pensamientos volvió a contemplar el rostro de Franco y con sorpresa se percató que había algo en él que la relajaba. Tal vez, después de todo, podía ser que… él estuviera comenzando a asimilar la verdad. Malvina sonrió con tristeza.***— ¿Qué fue lo que no entendiste? —preguntó calmada.— ¿Qué me explicaste, que yo no pude haber entendido? — le espetó Franco con tono sarcástico. Ya no lograba captar nada de lo que podía llegar a pasar por la mente de Malvina. Ahora la encontraba calmada, con rastros de melancolía en su faz. Aquello no le gustó para nada. Prefería que continuase con su llanto, eso le daba más esperanzas y fuerzas para animarse a preguntar. — ¿Qué quieres decir? — inquirió la chica sin perturbarse¿Acaso se hacía la desentendida para que Franco tuviese que interrogarla abiertamente? ¿Acaso pretendía que él le implorase ante sus pies? El chico dudó en continuar. Malvina comenzaba a impacientarlo, y él no sabía como seguir. Vaciló, antes de hablar, con la voz un tanto áspera, ya que sentía que ella, inconcientemente, estaba ejerciendo una fuerte presión sobre él.— ¿Por qué estás rompiendo conmigo?¿Cómo contestar al interrogante?, se dijo la chica. Y otra pregunta la invadía sin aún haber tratado de formular la respuesta de la anterior: ¿Importaba ya? Malvina se encontró sin nada que decir. Pero debía juntar valor y explicárselo, sin reproches. Porque empezaba a comprender que si Franco no se había dado cuenta del gran dilema que había tomado forma delante de sus propias narices, no era del todo culpable. Él nunca le había mentido, ni prometido más de lo que daría, porque, en realidad, no le había prometido nada. Era sólo su manera de ser. Si no la aceptaba, era el problema de ella. Y ella ya no podía vivir así. Era sencillo.— Porque... — titubeó, buscando las palabras adecuadas. Pero no había nada más simple que las que se le soltaron al mismo tiempo que las lágrimas volvían a abultarse en sus ojos — …tú no me quieres. — trató de recobrar la compostura, no quería dar lástima. Buscó su mirada, dándose cuenta de que Franco no esperaba esa respuesta. Decidió ir con la verdad, tratando de aparentar un porte decidido. — Porque, aunque suene cursi y fantasioso, cuando empezamos a salir, yo esperaba que lo hicieras. Porque, poco a poco, me fui percatando que había otras cosas, muchas otras cosas, más importantes antes que yo. Yo estaba dispuesta a pelear contra ello. Es más, lo hice durante mucho tiempo. Pero nunca te percataste de mi lucha y mucho menos de mi derrota. Resolví terminar contigo porque… — volvió a estallar en lágrimas sin poder contenerlas — …eso me duele... muchísimo. Y no lo pudo aguantar más.Franco había quedado aún más anonadado de lo que había estado cuando la oyó decir, al principio de su conversación, que lo dejaba. Y se le encogió el pecho de angustia. Se había quedado estupefacto, sin saber si alegrarse de que tal vez haya una reconciliación, o tirarse a llorar con ella por todo lo que ésta había sufrido. Sabía que volver con ella iba a significar un golpe bajo a su orgullo. Tenía que sondear el terreno para ver cuánto había sido golpeado el de ella. Y ver si en realidad podía darle lo que ella necesitaba.Se aproximó un tanto hasta quedar a tres escalones de distancia. Notó que Malvina trataba de apaciguarse al verlo acercarse. Y con la expresión más calma que pudo mostrar, le espetó:— ¿No pudiste haberme dicho esto antes de que tomaras una decisión?— ¿Hubiese cambiado eso las cosas? Sonaría todo como reproches, y te pondría aún más en contra mío.— Tal vez hubiesen sonado como reproches... — murmuró, pero las palabras murieron sin terminar la oración. Sin embargo, aquello le hubiese advertido que algo andaba mal; y, de alguna manera, hubiese intentado revertir la situación sin llegar al extremo en el que se encontraban ahora, reflexionó él. Apartó los ojos de los de ella, pensando en una forma de revertir la dirección en que iban las cosas. Comenzó a meditar en las veces en que ella decía que él ni la notaba... pero Franco estaba plenamente conciente de que Malvina lo acompañaba... ¿Qué más quería? ¿Que él estuviera pendiente todo él día de ella, y que todos lo vieran? Franco estaba pendiente, sólo que nadie debía saberlo, ni siquiera la misma Malvina...— Entonces llegamos a la misma situación — emitió la joven tratando de interpretar su silencio. Obviamente, Franco no tenía nada que decir. ¿Qué esperaba ella? Se arrepintió de haber permitido que la fe que aún depositaba en esa moribunda relación quisiese dominarla una vez más. Por un instante ella había creído que.... — Escucha, yo no aspiraba a que fueses un hipócrita por un simple capricho mío... Lo que sentía por tí era auténtico. Incluso traté de darte señales de alerta y tú fuiste indiferente a ellas. Por eso me dije a mí misma que ya nada podía hacer, que el cambio debía nacer de tí.Franco vio su rostro, impregnado de una debilitante resignación. Él no deseaba mentirle. Tal vez no podía ni podría darle lo que ella quería. El pánico comenzó a asaltarlo. Encontró su mirada, y se las ingenió para esbozar una frase, aunque sin saber adónde quería llegar. Sólo ansiaba tenerla devuelta.— Malvina, debes saber que no puedes ser la razón principal de todo lo que hago. Yo tengo amigos, una familia de buena posición, los estudios...Malvina miró hacia arriba, con aire exasperado. Luego volvió sus ojos hacia él, y le dijo, ya impaciente, pero con una suave expresión:— Es que yo no quería eso. Todavía no entiendes. Yo sólo deseaba que me quisieras. Podíamos vernos sólo una vez a la semana, pero con tal de saber que me querías, yo era feliz. Yo te iba a seguir donde sea, estar después de cualquier situación, con tal de saber que me amabas de la misma forma que yo lo hacía. — Malvina hizo una pausa para luego continuar. — Creo que ya se nos han terminado los 5 minutos.Los argumentos se le habían acabado, y ya no tenía nada que añadir. Trató de no volver a llorar al contemplarlo tan impasible como siempre; Franco permanecía mudo, no pensaba pronunciar palabra alguna. Entonces, llena de vergüenza ante las lágrimas que no dejaban de fluir, ella comenzó nuevamente a ascender por las escaleras.— Pero, yo... — soltó Franco, desesperado. Malvina apresuraba el paso y no tenía intenciones de mirar hacia atrás. La había descuidado, había permitido que su amor propio, su arrogancia, lo separaran de la persona que tanto quería... pero que nunca se lo había dicho. Durante todo aquel tiempo...eso era todo lo que ella deseaba.Entonces subió con los escalones que le faltaban para alcanzar a Malvina y la tomó de la mano. Ella se detuvo, mas no volteó el rostro. Franco se le acercó aún más y le dijo al oído —...te quiero. ¿Es que acaso no lo sabías?
***

lunes, julio 24, 2006

Labios enemigos IV

La Galería de La Magdalena se había inaugurado un par de meses atrás, en la Costanera Sur. En aquel momento, yo me encontraba fuera de la ciudad, pasando mis últimos días de receso en la casa quinta de mi prima y él – como de costumbre – estaba atareado con el trabajo. Como ninguno de los dos habíamos podido ir en aquella oportunidad, convenimos en citarnos allí el día que se cumpliese un año de habernos conocido.
Durante las semanas anteriores a mi viaje, muchos aspectos de nuestra relación estaban cambiando. Nos habíamos conocido íntimamente, sin embargo yo sabía que aquello no era garantía de estabilidad. Cosas que nunca antes nos habían ocurrido - como por ejemplo, éramos incapaces de entablar una conversación fluida - nos estaban impidiendo despejar nuestras imprecisiones interiores. En el fondo, yo albergaba la esperanza de que para aquella fecha especial, ambos estuviésemos listos para hablar con profundidad.
Al regresar de mi viaje, los exámenes finales se me vinieron encima y eso me mantuvo dispersa durante varios días. Pero al cabo de una semana, en el día señalado, estaba libre nuevamente, a la espera de que él recordara nuestra salida y se comunicara para concretar los detalles. Esperé, esperé y esperé… una llamada que parecía retrasarse cada vez más. Tuve que contenerme para no marcar su número. Oír su voz me hubiera tranquilizado, mas me dije a mí misma que debía ser paciente, que era su tiempo de ceder, no el mío. Si nuestra relación tenía algún valor, él debía de acercarse. Pasaron algunas horas…Quería mantenerme firme en mi determinación y a la vez sentía que mis fuerzas escaseaban, que al final sería yo quien volvería a arriesgarse. Necesitaba actuar de algún modo o mi desesperación iría en aumento (resistir, de eso se trataba; resistir, antes de que todo llegase a su fin).
Al tercer día, vencida por mi impaciencia, instintivamente me dirigí a mi habitación, decidida a tomar la agenda telefónica y comunicarme con él. En circunstancias normales encontrar la libreta en cuestión me hubiera tomado un par de segundos, pues estaba segura de que esta se hallaba en una de las gavetas de mi escritorio. No podría explicar cómo sucedió, pero lo cierto es que revolví todos los cajones del escritorio, de la mesa de luz y del armario sin resultados satisfactorios. El único sitio que me quedaba por revisar era entre los estantes de la biblioteca. Para estas alturas mi desesperación se había transformado en rabia, perdí todo tipo de delicadeza en el trato de los libros y comencé a arrojarlos descuidadamente, ansiosa por hallar mi agenda.
Convencida de que ese día estaba perdido, estaba a punto de abandonar mi empresa cuando me topé con un cuaderno que no reconocía como propio. No tenía nada de especial, claro está, era un simple anotador - de tapa flexible y hojas finas sin rayas - de esos que se utilizan para tomar apuntes o realizar bocetos. Recorrí sus páginas para comprobar si había algo escrito pero en cada una de ellas se repetía el mismo escenario: su incorruptible blancura parecía indicarme que no se había estrenado. Llegué a la penúltima carilla, casi segura de que en la próxima no hallaría diferencia alguna, pero la delgadez del papel traslucía el anverso y eso me permitió detectar que había algo escrito. Volteé la página y me encontré con lo siguiente:
Unas gotas de rocío
escapan de tus pupilas
para emprender vuelo.
Y se elevan a los cielos:
clamando por justicia,
clamando por tu duelo.

***

Duelo… irónicamente esa era la última palabra del pequeño poema. Duelo… así era como me sentía en ese momento. Me creía una niña tonta que una vez más se había atrevido a creer en alguien y a quien, para no romper con la racha, volvían a dejar como a un juguete que pasa de moda. Sabía que si yo no exteriorizaba mi decepción, mi tristeza pasaría desapercibida. Pero tenía frente a mis ojos un cuaderno en el cual podía escribir, allí estaba la oportunidad de manifestar mis emociones.
Resolví que no aguardaría su llamado ni intentaría comunicarme con él. Ignoraría todo lo que me rodeaba y me dedicaría de lleno a relatar mis vivencias. Así fue como inicié esta especie de diario, contando cómo me había enamorado por primera vez, el fracaso de esa relación y la aparición de esta nueva persona, la cual temía que también me hiciese completar el "ritual del decir". Pero eso todavía no ha sucedido con la persona actual, esas palabras son efecto de mi imaginación, producto de una predicción incierta.
Después de un semana de largo meditar, hoy tomé mi última decisión. Retomé la búsqueda de mi libreta y esta vez los resultados fueron satisfactorios. Lo llamé para decirle que necesitaba verlo, sin más explicaciones. Al principio él se quedó extrañado, como si de súbito recordara nuestra promesa y quisiese enmendar su olvido cumpliendo ahora con nuestra cita pospuesta. Le dije que sí a todo, sin presentar queja alguna.
Esta tarde, nos encontramos. Los murales que cubrían las paredes de la galería nos acompañaban con sus matices silenciosos. Observábamos el escenario que habíamos escogido como si fuésemos dos desconocidos que estaban allí por mera casualidad. Hubo un tiempo de caminata redundante, de pasos esquivos, de contemplaciones en solitario. Sin embargo, ya no podíamos continuar haciendo garabatos sobre nuestros sentimientos. Había que salvar ese trecho que nos distanciaba, y él decidió actuar. No cambió de actitud, pero pude percibir que hallarnos en aquella situación, a aquellas horas, habiendo transcurrido unos días de la fecha crucial… todo ello estaba tomando forma en sus ojos. Su mirada era acusadora y las palabras que salieron de su boca estaban llenas de reproches. Los mismos descuidos, la misma indiferencia, los mismos sufrimientos que yo le recriminaba en mi interior, se replicaban en el espejo de su alma y me señalaban como la culpable.
Se que podría haber protestado y expresado mis propios reproches, pero me cansé de hacerlo. Aún me resulta dificultoso aceptarlo, pero ahora veo que él supo aprovechar el distanciamiento para juntar fuerzas y abrirme el candado de su alma. Me encontraba al borde del abismo, no estaba preparada para exponerme cómo él lo estaba haciendo y a la vez creía necesario responderle con ese mismo gesto. Pero no pude, me paralicé. No pude, lloré. No pude, escapé. No pude, le fallé.
***
Este ha sido mi espacio de reflexión. Pero siento que si continúo encerrada entre estas páginas, jamás voy a poder salir de la clandestinidad. No quiero seguir agonizando por el pasado. No, no quiero eso para mi vida. Quiero conocer el sabor de la dicha. Pero hasta el momento mi felicidad no ha podido ser de otra forma que de a cuotas. Me doy cuenta que con la persona actual no había podido vivir un situación de alegría ininterrumpida porque también él tenía sus propios fantasmas… la gran diferencia es que mientras él logró extirparlos sincerándose conmigo, yo trato de negárselos. Y él sabe que eso es una fachada para esconder mis miedos. Por eso enmudeció durante tanto tiempo, por eso dejó de buscarme, por eso permitió que me sintiese abandonada. Algunas crueldades son necesarias.
Escribo estas últimas líneas como testimonio de un ciclo terminado. En unas horas este cuaderno llegará a destino: estará en las manos de la persona que amo y espero sepa disculparme por haberle recelado mi pasado. Él es el único que puede perdonarme. Hoy desperté de mi letargo. Mañana puede ser el comienzo de nuestra verdadera historia.

***

lunes, julio 17, 2006

No se habla

Quisiera saber dónde se perdieron tus encantos.
Quisiera saber cómo podría recuperarlos.
Quisiera saber por qué recordarte me parece un espanto.
Y digo: "YA. BASTA. DÉJAME."
Porque no hay forma, porque no hay tiempo.
Porque se quebró tu vida.
Porque no soporto tus idas y venidas.
Y digo: "YA. BASTA. DÉJAME."
Quisiera saber a dónde partieron tus labios.
Quisiera saber cómo podría recuperarlos.
Quisiera saber por qué anhelarte me produce un colapso.
Y digo: "YA. BASTA. DÉJAME."
Porque no hay forma, porque no hay tiempo.
Porque se quebró tu vida.
Porque no soporto tus idas y venidas.
Quisiera… Pero, "YA. BASTA. DÉJAME."

Primera tristeza

Mi tristeza es en tus hombros
de un sentimiento, el resultado errado.
Agua que humedeces mis párpados,
con amargura te concede el paso,
aquel caballero que no me ha amado.

Miradas

Si tus ojos se posasen
sobre los míos,
comprobarías, alma de mi alma,
que no son mis labios
dilatación del momento,
sino fiel reflejo
del amor en un beso.

5 minutos


Asomaba a sus ojos una lágrima
Y a mi labio una frase de perdón;
Habló el orgullo y se enjuagó su llanto,
Y una frase en mis labios expiró.


Yo voy por un camino, ella por otro;
Pero al pensar en nuestro mutuo amor,
Yo digo aún: "¿Por qué callé aquel día?"
Y ella dirá: "¿Por qué no lloré yo?"

***

Sin más que decir, la joven de cabellos castaños desvió la mirada hacia la mesa contigua a la de ellos. El Gran Comedor clamaba silencio en la oscuridad y apenas se oían los susurros de los dos alumnos que furtivamente habían asistido a aquella secreta reunión.
Franco contemplaba a la chica, demasiado atónito como para emitir palabra alguna. La tenía a su lado, de espaldas, tratando de ocultar las lágrimas con interminables y tortuosos suspiros.
¿Cómo podían haber llegado a aquella desdichada situación? Malvina permaneciera inmutable, como nunca antes se había comportado. Franco no lo entendía, ella no era así sino todo lo contrario. Ella había mostrado una faceta dulce e inofensiva desde aquella ocasión en la que se habían conocido.
Eso había sucedido tiempo atrás, cuando Franco regresaba al colegio después de haber pasado varias semanas confinado en su casa. Él recordaba aquel período anterior al primer encuentro con Malvina como uno de los más duros de su vida: su madre había fallecido en un accidente automovilístico y de repente, tanto él como su padre se hallaron inmersos en un profundo sufrimiento.
En un comienzo, Franco había intentado no dar muestras de su dolor y aparentaba fortaleza, mas llegó a un punto en el que le fue imposible sostener esa farsa; no podía continuar como pupilo en el colegio sin que el resto de los alumnos y profesores notasen el impacto que le había producido aquella pérdida. Por eso había decidido alejarse por algún tiempo, al menos hasta que se hubiese recompuesto un poco.
Y así fue como, en el mismo día en el que volvía a instalarse en el instituto y retomaba sus clases, se cruzó con Malvina en uno de los pasillos. Ella llevaba sobre sus brazos una pila de libros y caminaba con prisa, sin fijarse por dónde iba. Por su parte, Franco también andaba distraído, perdido en sus propios pensamientos. Ninguno de los dos miraba lo que tenía delante de su camino y sólo se dieron cuenta de ello cuando se produjo el choque y ambos cayeron al suelo.
— Disculpa. Los libros me impedían ver. — se excusó Malvina mientras volvía a apilar los pesados volúmenes.
— Descuida, yo iba igual que tú. — le respondió Franco, con una sonrisa forzada.
— No te sientes bien, ¿verdad?
— No. Pero he estado peor. — le dijo él con un tono cortante. Franco pensó que la chica probablemente era nueva, porque no recordaba haberla visto antes. Eso explicaría el por qué ella no sabía lo que le había ocurrido, pero la expresión de su rostro se había encargado de delatarlo. — Discúlpame de nuevo. Estoy retrazado. — añadió apresuradamente
— Comprendo. A veces yo me siento así y tampoco quiero hablar de ello. — agregó ella. Había en sus palabras una calidez que Franco no pudo ignorar. — Aunque suene extraño, viniendo de una desconocida, si alguna vez quieres contarle a alguien puedes hacerlo conmigo. Mi nombre es Malvina. — terminó de decir, al tiempo que le extendía una mano.
— El mío es Franco. — completó él. Estrechó su mano por un par de segundo nomás, pero en su interior le pareció que podría continuar allí por una eternidad, sostenido por la mirada de aquella chica. Finalmente, soltó su mano y se despidió. — Si alguna vez quiero hablar con alguien, volveré a tropezarme contigo.
Al día siguiente volvieron a verse en el mismo sitio. Los encuentros se repitieron y llegó un momento en el que Franco tuvo que admitir que se sentía inmensamente cautivado por el alma tierna y compresiva de Malvina. Por ello fue que la había aceptado. Por ello se había animado a dejar fluir sus emociones. Por ello la había convertido en su novia. Por ello había hecho caso omiso a las diferencias de sociales. Por ello había soportado las bromas y las habladurías. Por ello había apaciguado un poco su orgullo, porque ella nunca lo heriría… porque parecía que hiciese lo que él hiciese, Malvina no se interpondría sino que siempre lo apoyaría.
Sin embargo, lo que acababa de suceder contradecía todo. Franco pensaba en su incredulidad. ¿Qué fue lo que ocurrió? Durante los días anteriores a esa reunión nocturna ella no había dado ninguna señal de querer acabar con la relación. Ella parecía feliz, ella debía ser feliz… ¡¿cómo podía ser posible que así porque sí Malvina se hubiese despertado, lo citase con urgencia a esas alturas de la noche y luego le comunicase que había decidido terminar con él, sin anestesia ni explicaciones?!
¿Qué fue lo que ocurrió?, Franco volvía a preguntárselo miserablemente. ¿Qué sucedió para que él no pudiese advertir su angustia? Debía de hallar alguna causa por la que ella había tomado tan abrupta determinación. Tal vez... había dejado de quererlo, o se había hartado de él... o nunca lo quiso. Quizás el tiempo que pasaban juntos se había tornado agotador y fastidioso. Tal vez ella ya no deseaba sus besos ni su presencia. ¿Sería posible que en realidad nunca la hubiera conocido de veras y todo cuanto sobrevino e hizo había sido una farsa? Pero no..., no podía ser aquello. Él sentía su admiración y cariño. Podía hasta palpar el amor sin restricciones que ella le brindaba con los brazos abiertos.
¿Qué fue lo que ocurrió? Podría ser que todo aquello fuese un malentendido. Algún malintencionado podría haberlo difamado y contado mentiras a Malvina. Pero Franco tenía la certeza de que ella nunca caería en esa clase de trucos. Aquello no podía ser el motivo de la ruptura porque entre ellos siempre había reinado una confianza cegadora,
Entonces, ¿qué fue lo que ocurrió? Quizás ella pretendía recibir aún más de lo que él ya le había ofrendado. Tal vez deseaba la misma devoción que ella le ofrecía. Quizás estaba pretendiendo que sobrepasase sus propios límites. Si ella aspiraba a eso, debía saber que él ya había cedido demasiado.
Fuese lo que fuese, Malvina permanecía callada, y de entre las pocas palabras emitidas y su reciente silencio, Franco no logró hallar la respuesta, no pudo más que percibir su dolor. Y aquel constante silencio al que ella lo sometía sin explicaciones ni argumentos, era lo que más le disgustaba.
Si la decisión de Malvina era irrevocable, entonces él no tenía otra opción que no fuera marcharse de allí cuanto antes. De ahora en adelante, debía verla como una alumna del montón, como una persona irrelevante en su vida. Y si las cosas iban a ser de ese modo, quería acabar con eso de una vez para ya no verle más el rostro; puesto que, si lo hacía, si contemplaba una vez más aquella dulce y confiada mirada, confirmaría que todo el odio que en esos instantes sentía, se iría; y él se arrojaría a sus brazos a llorarle e implorarle un por qué, una solución, una oportunidad más. ¿Cómo aquella persona tan tierna había llegado al extremo de causarle tanto daño?
Franco se levantó de la silla, aún confuso y débil, intentando no librar la pena que reflejaría en sus sollozos, junto con su rabia, su rencor y su tormento. No podía reclamar las razones del por qué, su orgullo no se lo permitía. Ya suficiente tenía con el amor que debía de ignorar a partir de ese momento. Demasiado tendría que soportar con la idea de no volver a escuchar su risa otra vez, o no volver a besarla nunca más. Nunca más. Pero, ¿por qué, por qué, por qué?
Conciente de que esta seguramente sería su última conversación, resolvió ser él quien le diera el cierre:
— ¿No deseas decirme nada más? — murmuró él poniéndose de pie, pero aún de espaldas.
— No.
La tristeza y desesperación casi le hicieron desfallecer. Franco no sabía cómo hacerle hablar sin que su propia angustia quedara expuesta.
— Bueno, entonces, ahora que te oí, me permitirás irme. Ya que, al citarme aquí, nos pusiste en peligro. Y bien sabes tú que, como presidente del Comité Estudiantil, debo dar el ejemplo y evitar todo tipo de situaciones inconvenientes. Creo que deberíamos volver a nuestras habitaciones lo más pronto posible. — dijo Franco. Le costaba hablar, se le hacía tremendamente difícil mantener la voz serena y fría. Las palabras parecían rasparle la garganta, y aquello lo incitaba aún más a romper a llorar. Pero se contenía porque estaba aguardando que se manifestara alguna señal. Una señal, eso era todo lo que necesitaba para intentar hacerle confesar. — El celador vigila todo el tiempo. Calculo que dentro de 5 minutos él volverá a pasar por aquí.
Sólo oyó un jadeo de asentimiento. Después de eso, nada. Ambos se mantenían mudos, el silencio había ganado la batalla. Él ya no encontraba nada más que decirle sin explotar en reproches y preguntas. Entonces cobró impulso y comenzó a andar en dirección al Área de los Dormitorios Masculinos. Esa era la última oportunidad que ella tenía para reaccionar, mas no lo había hecho. Ni siquiera se había vuelto para despedirse. Y allí se desmoronaron las esperanzas de Franco. En realidad, Malvina ni siquiera se había levantado para dirigirse a su cuarto, no se había movido de su lugar.
— ¿Acaso esperas a alguien más, que no te mueves? — le espetó él, comenzando a perder la paciencia — Vete que yo vigilaré que no aparezca el celador.


***

Malvina se puso de pie sin romper aquella insoportable quietud. Luego se volteó quedamente para enfrentar los insensibles e ingratos ojos que le habían destrozado el alma. Debía persistir decidida, mas aquel aspecto sereno e indiferente que observaba, sólo le incrementaba más y más su desdicha. Delante de ella estaba la confirmación de que tomaba una buena determinación. La imagen que se reflejaba ante ella era la de una persona relajada y segura, la de alguien que demostraba que no había sido afectada por lo dicho en forma alguna. Malvina intentó contenerse, pero el llanto volvía a descubrir su pena. Empezó a moverse por entre las sillas con la vista nublada por las lágrimas. Se alejaba de él sin despedirse.
— Adiós. — escuchó la voz de Franco ya desde el otro lado del salón.
Al oírlo, las escasas fuerzas que aún conservaba se desprendieron de ella sin piedad y el llanto ya no le fue suficiente para aliviar su tortura. Lloraba desconsoladamente, emitiendo gemidos, suspiros interminables, sollozos que convulsionaban su cuerpo. Trataba de no gritar, pero ya la voluntad no le respondía. No podía dejarse ver en tan deplorable estado. Prosiguió su marcha hacia su dormitorio, con paso débil, evidenciando toda su angustia.
Al llegar a las escaleras, se detuvo. Y pensó que, siendo ésta la última vez que le hablaría, la última vez que estarían a solas, sería mejor sepultar todas sus dudas. Se dio vuelta, y unos escalones abajo, halló a Franco, mirándola con un semblante un tanto extraño; algo que Malvina no pudo reconocer. Por unos instantes, se acobardó, y no quiso hablar. Prefirió aguardar a que él le explicase por qué se encontraba allí. Pero él no emitió una palabra: Malvina pudo ver en su rostro duda y expectación. Los sollozos de la joven habían cesado y el maldito silencio se había apoderado del lugar una vez más. Tal vez, por un momento, ella vio una pequeña luz que estallaba en su corazón. Quizás era la esperanza que se asomaba y le decía que no todo había acabado. Pudo notar que aquel sentimiento crecía suavizando su pesar, tratando de instalarse en el fondo de su ser; hasta que él finalmente habló:
— Te dije que sólo nos quedaban 5 minutos. Vamos, sube, no tengo toda la noche.
Y aquella luz se apagó, dejando rastros andrajosos de ira y lágrimas que resbalaban por su rostro. La pregunta que tanto le quemaba la lengua salió de sus labios en un murmullo, con toda la cólera, desesperación y tristeza acumuladas:
— A tí no te importa nada de esto, ¿verdad? — sollozó Malvina con un hilo de voz, mirando fijamente al muchacho.
Franco no reaccionó de inmediato. Parecía meditar la respuesta, ya que ésta lo había dejado estupefacto. Finalmente habló con la misma calma que ella, mas su voz estaba teñida de reproches.
— A tí es a quien no te importa nada, Malvina. — se quejó con un susurro entrecortado. Todas las explicaciones que había intentado darse a sí mismo, ella las había descartado con aquel interrogante. Ahora debía saber..., ahora tenía que entender qué fue lo que ocurrió. — Tú eres la que..., la que... abandona esto sin explicaciones... — la mirada acusadora de Franco atravesó a Malvina y la dejó momentáneamente desconcertada — Vienes, cortas conmigo y te vas... — gritó él, casi sin voz, tratando de retener las palabras.

***

jueves, julio 06, 2006

Escape

Como la ondina que surca
el mar azulado,
como el trueno que cruje
el cielo descampado,
tal es así
que me he de perder de tu regazo.

A cada paso
se despoja mi refugio
de tu pecho, y
se aferra el abismo
a mi cintura.

Un leve tropiezo,
un error del pasado.
¿Será por eso
que no me encuentro
a tu lado?

19 horas, 30 minutos

Diecinueve horas, veintinueve minutos, seis segundos.
Ingeniero en arquitectura, ex vicepresidente de la empresa constructora de mayor envergadura en todo el continente. Retirado con honores.
Diecinueve horas, veintinueve minutos, siete segundos.
Jefe de familia: esposa e hijos (dos varones) lo consideran un buen proveedor, dispuesto al diálogo, innovador, divertido, amante de los viajes familiares y la buena comida.
Diecinueve horas, veintinueve minutos, ocho segundos.
El alma de todas las reuniones, consejero y confidente incondicional, amigo de todos, enemigo de nadie.
***
Diecinueve horas, veintinueve minutos, nueve segundos.
Sólo le quedaba un segundo para llegar a la esquina. La oficina de correo permanecería abierta hasta las 19.30 y debía darse prisa si quería enviar el sobre en ese día. Al día siguiente, ya no tendría sentido.
La vereda estaba empapada a causa de la lluvia y la caminata era lenta: corría el riesgo de resbalar con facilidad, bastaba pisar una baldosa floja para terminar en el suelo. Y eso no podía suceder en ese día. La calle estaba desierta (quizás por el mal tiempo) y si tenía un accidente como ese, nadie iría en su auxilio.
Tenía que seguir adelante, su objetivo aún estaba lejos. Pero su cintura estaba adolorida, las piernas le pesaban y la mano, con la que se apoyaba sobre el bastón, le temblaba con mayor intensidad. ¿A dónde había ido a parar la vitalidad de otras épocas?
***
¿En su trabajo, esforzando sus capacidades al máximo para llegar a ser el miembro más eficiente? ¿En su familia, empeñándose por satisfacer todas las necesidades, complacer sus deseos y compartir cada momento del que disponía? ¿En sus amistades, procurando prestar un oído o una mano cada vez que alguien le precisaba o, alegrando las fiestas a las que era invitado?
En todos los aspectos de su vida, había tratado de cubrir las expectativas que pesaban sobre él. Y no le había ido nada mal: encontró a la persona que sería el amor de su vida, se unió a ella y el fruto de esa unión le concedió dos hijos maravillosos; se consagró como profesional, lo que no sólo le aseguró bienestar económico sino la posibilidad de conocer diversos lugares y extender su red de relaciones por todo el mundo.
Mas separado de estos aspectos, no podía dar cuenta de sí mismo. En su cabeza, en su corazón, no había existido un lugar siquiera para decir "Lo que YO quiero…", "Lo que YO deseo…" sino que ese espacio había estado ocupado por frases como "Lo que X quiere de mí…", "Lo que X desea de mí…", "Lo que X espera de mí…"
Hasta que llegó el día en que decidió jubilarse y así pasar más tiempo en el hogar y visitar a los amigos. A esas alturas sus hijos habían levantado vuelo y estaban construyendo sus propios nidos; pero allí estaba su amada esposa, se quedaría a su lado. Mas ella enfermó e inevitablemente se consumió su vida. Entonces, su único consuelo sería viajar y reencontrarse con sus sitios y personas favoritas; sin embargo, su débil estado de salud (La edad, la edad, le decían los médicos!) le cortaba muchas de sus andanzas.
Y cuando todo parecía perdido, surgió como furtiva, tímida, de incógnito, una pregunta y una respuesta le siguió súbitamente: "Lo que siempre he querido ser es…"
***
La encomienda se hallaba sana y salva bajo su brazo, pero la situación se volvía cada vez más insostenible. Una ráfaga de viento lo sacudió de improviso e intentó hacerle perder el equilibrio. Pero él logró sobreponerse y recuperar la estabilidad. Lo más importante, su tesoro, continuaba fuera de peligro… o al menos eso creía. El entusiasmo se había apoderado de él; pensaba que en ese día iba a darle cuerpo a su sueño y tan exaltado estaba por esa idea que, cuando cayó en cuenta de que había perdido su sobre, era demasiado tarde.
La tormenta le había sorprendido con una jugada inesperada: ahora él era una isla, aislada de todo continente, a punto de hundirse en las profundidades submarinas; y el mar de hojas de papel en el que se situaba describía un círculo perfecto, eterno, cerrado.
***
Diecinueve horas, treinta minutos, un segundo.
Anciano se abre paso entre las aguas.
Diecinueve horas, treinta minutos, dos segundos.
Larga caminata de regreso a casa.
Diecinueve horas, treinta minutos, tres segundos.
Habitación a oscuras, silla en el centro. Hombre traspasa el marco de la puerta. Camina en dirección al único asiento disponible y al llegar a este, se pone de rodillas. Coloca sus codos sobre la silla y junta ambas manos. Habla para sus adentros.
Diecinueve horas, treinta minutos, cuatro segundos.
Murmullo ininterrumpido.
Diecinueve horas, treinta minutos, cinco segundos.
Murmullo ininterrumpido.
Diecinueve horas, treinta minutos, seis segundos.
Hombre alza la voz. Palabras ininteligibles. Frases entrecortadas. "Papel. Agua. Un segundo. Texto perdido." "Papel. Agua. Un segundo. No hay correo." "Papel. Agua. Un segundo. Escritor frustrado." "Papel. Agua. Un segundo. No hay sueño." "Papel. Agua. Un segundo. Papel. Agua. Un segundo…"

Refugio

Mi refugio son las sombras
con la noche en agonía,
si me vieses cuando pasas
mi hospedaje perdería.

Un manojo de caricias
hoy te dan la bienvenida,
yo te cedo mis sonrisas
he jugado mi partida.

Destino

La armonía de tu canto
transita por mi camino,
mas el recuerdo de aquel otro
gobierna mi destino.

La comarca de las penumbras

He arribado a una comarca
donde la frialdad de tu mirada
marchita mi esencia.

He arribado a una comarca
donde el eco de tu voz
maldice mi existencia.

He arribado a una comarca
donde el exilio de tus besos
confirma mi sentencia.

Instrucciones para fabricar un espejo

La cría de espejos es un arte milenario que data del siglo V antes de Cristo. Los pioneros en este tipo de trabajo fueron los pueblos situados al sur de la Cordillera de los Andes, quienes dieron provecho a la geografía del lugar al idear la primera ganadería de altura a gran escala, conocida como So-jep-se.
Como usted sabrá, hoy en día el comercio de los espejos está en pleno apogeo. Pero, como todo oficio deshonesto, está repleto de ratas de alcantarilla que tratan de venderle espejismos mercantiles. Por eso lo más recomendable es que usted mismo fabrique sus propios espejos y también entre en el negocio.
Lo primero que debe hacer es conseguir un espejo hembra de hasta 98 años, porque a partir de los 99, comienzan a desarrollar instintos asesinos en contra de sus crías. Una vez que logre tener al espejo de sexo femenino, entiérrelo en una maceta con sal y pimienta. Si usted es un habitante urbano, a falta de montañas o mesetas, coloque la maceta en el balcón del piso de un edificio impar un día feriado, a las 9 de la mañana.
En caso de que el espejo no haga más que taladrarle los oídos con su llanto ininterrumpido, póngale música ligera y se calmará en un par de minutos.
Al cuarto día, a primera hora desparrame alrededor de la maceta un poco de agua azucarada. Esto atraerá a algún macho, quien durante la noche se encargará de cortejar a la hembra. Luego del apareamiento, usted deberá desenterrar a la futura madre (Precaución: cuídese de no ser el primero en mirar en ella o morirá al instante, es preferible que lo hagan un gato, un perro o su suegra).Pasado un mes, sumerja el espejo en dos litros de vinagre y espere a la hora del té, que es cuando dará a luz. Para entonces la demanda de espejos habrá declinado, usted tendrá una docena de chillones recién nacidos y no sabrá qué hacer con ellos.

Ellos...

El ambiente estaba impregnado de una ausencia garrafal. Quizá era ese mismo silencio que lo desmembraba por dentro el que se hacía oír en aquella habitación. O tal vez sólo era producto de su imaginación. Al final, se convenció de lo último. Después de todo, ya lo había logrado. Tras años de lucha constante, los había eliminado de allí. La casa sólo le pertenecía a él. Ellos habían sido expulsados y mientras él continuase con vida, las puertas de su hogar seguirían cerradas para el resto del mundo.Parecía ser que en un principio el haberles ganado le satisfacía del todo, pero el tiempo le estaba demostrando lo contrario. Cada mañana despertaba y cada noche rogaba para que ese fuese su último día. La fortaleza que había construido entorno de sí, que le había proporcionado tanta seguridad y tranquilidad, ahora le revelada las consecuencias de aquella guerra. Se sentía observado, vigilado, no tenía paz. Cada espacio, cada rincón, cada objeto le recordaba que en su interior aún quedaban vestigios de antiguas heridas. Las paredes, corroídas por las inclemencias del tiempo, no eran más que el reflejo de su propia decadencia.
“¿Qué haré? ¿Qué haré? ¿Qué haré?”, se preguntaba. Afuera estaban ellos, adentro él. No podía confiar en nada ni en nadie, salvo en sí mismo. Si tan sólo le quedara alguien con quien compartir esa angustia, alguien que en ese momento le tendiera siquiera una mano… Comenzaba a imaginarse cómo sería sentir el calor de esa mano protectora sobre sus hombros, y así recordar lo que era tener compañía. Poco a poco esa sensación fue tomando un camino peligrosamente inesperado. Cuando cayó en cuenta de ello, fue demasiado tarde. La presión que le ejercían sobre el cuello era cada vez mayor, el aire le escaseaba más y más y las cuencas de sus ojos parecían a punto de salirse de sus órbitas.
Entonces supo, en el último suspiro, que ya nada le pertenecía.

Sir Farhin

Tras un inesperado triunfo, a la hora de regreso se le sumó la de los festejos. Los caballeros se despojaron de las pesadas armaduras, y cumplido el deber con el rey y el pueblo, se unieron ala fiesta en palacio. Como era de esperar, al merecido banquete acudieron los soberanos del reino, el concejero real y una centena de invitados, monarcas vecinos y honorables órdenes de caballería. A Sir Farhin le pesaba la mirada frente a la numerosa concurrencia. No conseguía divisar la naturaleza esplendida y abundante de la princesa. Sin su presencia, la alegría del momento perdía sentido, tan sólo quedaban estériles victorias. Gaya, reina y madre de la joven, percibió el enigmático silencio en torno al caballero favorito de su hija Tala. En ese momento recordó el aire encantador con el que solían tornar sus enormes ojos azules a la sola mención de aquel hombre. Pero hacía tiempo que esos ojos se habían cerrado a este mundo, y ese brillo ya nos haría compañía.
Aún con aquella ausencia, hubo más banquetes, danzas y torneos, a los que asistieron las figuras más nobles y distinguidas. Cuando los convidados dispusieron su partida, la reina se aproximó a Sir Farhin y secretamente le entregó una misiva. El joven cogió el mensaje y, tras las correspondientes reverencias, abandonó el palacio.Durante algún tiempo nada se supo sobre su paradero. El joven tenía un andar incierto pues se creía incapaz de llevar a cabo el pedido de Gaya. Sin embargo, la insuficiente fuerza y el poco ánimo que le acompañaban en el viaje terminaron por vaciar su corazón. La primera noche, una voz tierna y resuelta le visitó en sueños:
-“Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión;
De ansia de goces mi alma está llena.”-le decía
-“¿A mí me buscas?”-inquirió el muchacho
-“No es a ti; no.”-respondió la voz
La noche siguiente, una nueva frase pobló sus somnolientos oídos:
-“Mi frente es pálida; mis trenzas, de oro;
puedo brindarte dichas sin fin;
Yo de ternura guardo un tesoro.”
-“¿A mí me buscas?”-preguntó Sir Farhin
-“No; no es a ti.”-le contestó nuevamente
Transcurrieron varios meses desde aquel último mensaje onírico y el caballero, absorto en sus pensamientos, ya se había olvidado de la misión que le había encomendado su reina. El único interés que rozaba su cabeza era el de develar el origen de la misteriosa voz. Fue entonces cuando se internó en la espesura de un bosque. Tan distraído iba, que no advirtió la presencia de una encorvada anciana. A sus ropas andrajosas le acompañaba un pálido semblante; una larga cabellera gris caía en mechones revueltos sobre sus hombros. Al cruzarse con ella, Sir Farhin estuvo a punto de derribarla con su caballo.
-Un caballero como tú, Farhin, no debería ser tan falto de cortesía.-exclamó indignada la viejecita-¡Te deseo que adquieras el aspecto del primer hombre que se tope en tu camino!-le espetó
Antes de que el joven se recuperara de la confusión, la anciana desapareció tras una nube de polvo blanco que luego se alejó. El caballero comprendió que había tenido un encuentro con un hada del bosque, y con ello, la gravedad de su insulto. La maldición no tardó en surtir efecto, pues a pocos metros vio acercarse a un feo enano montado en una mula. Su cuerpo manifestó un extraño sacudimiento, su armadura comenzó a parecerle demasiado grande, y su estatura se tornó extremadamente baja.
Aunque para él su aspecto físico o cualquier otro suceso re referente a sí mismo ya no tenía sentido, un nuevo llamado le hizo recobrar las fuerzas extintas:
-“Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y de luz;
Soy incorpórea, soy intangible.”-le habló la antigua voz
-“No puedo amarte.”-se apenó Sir Farhin. Era la primera vez que el caballero reconocía a la doncella detrás de la voz.
-“¡Oh, ven; ven tú!”-reclamó la dama antes de que el muchacho despertase.
En cuanto el caballero abandonó aquel sueño, advirtió que habían huido todos sus tristes pensamientos. Cayó en cuenta que se hallaba en medio de un lugar sombrío y tétrico, cuando comenzó a oír un grito de auxilio cada vez con mayor intensidad:
-Por favor, sálvame de estos malvados…
Sir Farhin no vaciló: se caló el yelmo y empuñó con decisión la lanza, mientras se dirigía a los malhechores:
-Puesto que han ofendido a una señorita, no les perdonaré la vida.-vitoreó. El muchacho se lanzó contra los malvados. Derribó a uno y embistió al otro, terminando con ambos. Entonces la joven a la que había salvado alzó el velo que cubría su rostro, y el caballero reconoció al hada que lo había encantado.
-No te esfuerces más, Farhin. Ahora se que en verdad no eres un caballero descortés y desmemoriado, sino alguien capaz de dar su vida por una buena causa…así que te perdono…-dijo el hada.
El caballero sintió que sus toscas facciones se invertían y pronto recuperó su aspecto inicial. Pero el hada le había otorgado una nueva cualidad a modo de obsequio: justamente ese don que Gaya le había encomendado reencontrar…A los labios de Sir Farhin arribó una sonrisa, al tiempo que la dama mágica se despedía escondida tras el ala de una paloma blanca. El caballero buscó entre sus ropas la carta de la reina y le echó una última hojeada.
“Estimado Sir Farhin:
Desde el día en que mi querida Tala se dispuso a abandonarnos, no he conseguido olvidarla. Su muerte es un peso que no puedo soportar. Por eso os ruego, Sir Farhin, cumplid con el último deseo de vuestra amada princesa: sed feliz tú, hijo mío, y yo compartiré tu dicha.” Gaya

El regreso

Heme aqui ante ti, con las vestiduras rasgadas, el alma cansada y la espada teñida con la sangre da mas de mil hombres. Largos años han pasado desde mi partida. Me enviaste a una guerra lejana por tus ansias de poder; muchas cosas han pasado en mi tierra, miro hacia atras y casi ni la reconozco, es hoy un lugar muerto. Aqui te traigo tu corona; miles de vidas se han apagado por ella; por este burdo metal, cuanto tiempo, cuanto derroche... y yo hoy la deposito ante el catarfalco. Hubiese cambiado todo por una sonrisa o un "te quiero" y sin embargo, preferiste enviarme a la lucha, a tierras lejas, mientras tu agonizabas en nuestro hogar. ¿De que sirve ahora este aureo ornamento? ¿Cuanta vida piensas comprar con su valor? Los momentos ya no vuelven, y tu te pudres bajo esta pesada losa, igual que se pudrio nuestro amor. Te dejo aqui el bien que tanto anhelabas, y lamento que no supieses elegir. Ojala sepas lucir tu corona vacia en la otra vida, padre.

Hacedor de pesadillas

Hacedor de pesadillas,
soberano de la oscuridad,
deja ya de hurgar en mi tierra
o lo habras de lamentar.

Podras usurpar mi trono,
podras desojar mi carne,
pero en mi alma
jamas has de habitar.

jueves, junio 22, 2006

Acróstico_LLUVIA

Las aguas te van a auxiliar,
Las aguas no te dejarán.
Un día, ya verás, tus lágrimas
Vas a silenciar; pero
Insisto, hoy puedes llorar,
A nadie vas a molestar.

domingo, junio 11, 2006

De las virtudes y defectos

Solía suceder que algunas virtudes y defectos convivían en un pequeño prado. Todos sus habitantes compartían con Respeto y Caridad sus más valiosos dotes, daban lo mejor de si mismos. Los días transcurrieron y la Paz velaba por el bienestar de todos mientras que el Amor los abrigaba con sus abrazos.
Mas tras muchos años, llegó una mañana un desconocido.
—¿Quién eres? —inquirió la Prudencia al percatarse que esta nueva presencia había ingresado al prado sin pasar por sus controles de guardia.
—Soy el Ocio —respondió el otro seguido de un pesado bostezo—. Vengo desde la ciudad, me han enviado los Vicios y Defectos para…para… Lo he olvidado.
—¿No lo llevas apuntado en algún lado? —quiso saber la Memoria—. Yo siempre traigo conmigo una libreta donde anotarlo todo.
—Es que, antes de partir, estuve almorzando con mi vecino el Alboroto, quizás lo dejé allí. No lo sé, cuando me topé con la Duda, vaciló tanto en ayudarme que terminé por alejarme.
—A no, si no sabes a que viniste y no dices nada en concreto, me temo que no podemos ayudarte —sentenció la Precisión en tono moderado.
—Pero, ¿qué pasa con ustedes? ¡Vamos, manos a la obra! —gritó el Animo, y comenzó a levantar las ganas de todos los presentes.
—Yo te apoyo —se sumó el Optimismo—de seguro lograremos develar este aprieto si acompañamos al Ocio hasta su ciudad —victoreó.
—Pero que sea rapidísimo. Me queda poquísimo tiempo —agregó la Puntualidad mientras ojeaba cada uno de sus diez relojes.
Así fue como la comunidad del prado se puso en marcha. En la ciudad descubrieron que los Vicios y Defectos les tenían preparado una fiesta en honor al tercer milenio de la Esperanza. El Hambre había preparado los platillos más sabrosos. La Perfección y la Frivolidad, de cuidar cada detalle de la decoración. El Desenfreno y el Descontrol mantuvieron entretenidas a la concurrida audiencia y en especial a la dichosa homenajeada por largo rato.
Llegada la hora del baile, la Felicidad y la Alegría se lucieron en la pista, muy lejos de los toscos movimientos de la Apatía.
La primera en abandonar la celebración fue la Envidia pues su compañera de baile, la Atención, la había dejado plantada al oír los consejos de la Sabiduría. Entonces, la Superioridad se unió a la partida, argumentando que en su casa hubiera ofrecido una mejor fiesta. Las festividades continuaron hasta el amanecer, cuando el Cansancio, anfitrión en esta oportunidad, anunció que le pesaba el sueño.
Pero antes de despedir a todos los invitados, la Indiscreción le comentó a su prima, la Sorpresa, que le tenía una noticia novedosa: la Esperanza y la Depresión ya formaban una pareja de enamorados. La madre de la Depresión era la Vergüenza y al oír aquello se sintió tan insultada que no se atrevió a dar la cara nunca más. Mientras tanto se iniciaron los preparativos para la boda.
El Compromiso oficiaría la ceremonia, los padrinos serian el Enojo y la Templanza. Todo estaba listo para dar lugar al casamiento, pero faltaba uno de los novios.—Esperaza querida, la Depresión se ha fugado con tu amiga más íntima, la Traición —le comunicó con Tristeza.El Consuelo, intentó aliviar su pena, aunque la Esperanza se resistía a aceptar la Verdad: la Depresión no regresaría. Y donde quiera que habitase ella no seria bienvenida. La muy alicaída terminó por recurrir a la morada de la Soledad, y con la visita de la Agonía murió sin remedio.Desde aquel entonces el prado no volvió a ser igual y en la ciudad dejaron de llamar a la Depresión por su nombre para referirse a ella como el asesino de la Esperanza.
Así que no lo olviden: "El mas terrible de los sentimientos es tener la esperanza muerta". Mi consejo es que no traten de unirse con la Depresión porque ella liquida lentamente hasta que no quede sentimiento que valga.

Lecciones de jardineria

Las pequeñas criaturas se hallaban dentro del cuerpo de la madre. La mujer yacía sobre su lecho y era ella a la vez cálido lecho que acogía a los aún no nacidos.
Un hombre copaba su vista con aquella escena, cual agónica figura sujeta a las sombras de la noche. Las bases del plan ya se habían presentado. El bien mayor, el objetivo ultimo, dependía de que él ejecutase el siguiente movimiento. Lo que iba a acontecerle a esa mujer no sería su culpa, sólo una instancia poco agradable en el camino hacia la victoria absoluta. El fin que con tanto ahínco perseguía le exigía que separase a esos pequeños del bálsamo del que mamaban vida y que canjease aquel don por otro de equiparable valor. Era desafiar un mandamiento divino. Pero iba a hacerlo, no tenia dudas.
Su dedo índice recorrió con precisión el filo de su navaja. Una lágrima rojiza, culposa, brotó de una de sus falanges: el instrumento estaba en condiciones de servirle en su cometido.
Las rodillas se le doblaron ante el descanso de la dama durmiente. La mano libre le palpo la superficie de la piel y la otra, con la que sostenía el arma -en un vuelo serpenteante que con marcada obsesión volvía una y otra vez sobre el cuerpo- penetró en las profundidades abismales del vientre de la mujer. Uno a uno sustrajo a los niños, ahora pasivos, emoción inerte, llanto apagado.
Estaba hecho: había profanado el útero de la madre-tierra.

Lo de siempre

Un manto de cobre,la mañana.
Arrebata el corazon,
vierte en el fantasia vana
que se cuela en tus entrañas.

Despiertan tus sentidos,
vitalidad en cada suspiro.

Pero el velo de la muerte
cubre tu rostro silvestre.
Acéptalo:
tu voluntad se pierde.

Palabras a fuego,
esa es la marca.

Torna la noche,condena amarga.
La pluma se desliza,
las lagrimas escapan.
¿Podrás servir a la comedia diaria?

sábado, junio 03, 2006

Destino

La armonía de tu canto
transita por mi camino,
mas el recuerdo de aquel otro
gobierna mi destino.

Es y sólo es

Es en mi pecho
donde guardo
mis penas.

Es en mi mente
donde alojo
mis metas.

Mas fue en tus labios
donde hallé
mi deseo.

Sí y sólo sí

Si he de vivir,
será por el correr
de tus latidos.

Si he de sufrir,
será por el pasar
de tus suspiros.

Mas si he de morir,
será por el andar
de tu olvido.

lunes, mayo 29, 2006

Reflejo

Observo un hilo de tristeza
que recorre tu rostro.
Son tus memorias,
timido detalle del corazon
que ansio.
¿Que donde estoy?
Aqui,en esta ventana.
¿Como dices?
¿Que no hay nadie?
¡Estoy aqui,aqui,aqui!
Es inutil,no me encuentras...
¡Espera un segundo!
¿Por que te vas?
Te lo aseguro:
yo te conozco
en goces y amores;
en penas y dolores...
No te alteres,
te lo suplico,
no huyas.

Tampoco me escuchas...
Pero,¡Me percibes,
sabes que alguien te mira!
Y tus ojos no dan cuenta.
¿Te aterra?
¿Te emociona?
¡Si lo sabre!
Oigo tus quejidos:
quisiera abrazar esa alma tuya,
servirte de consuelo.
Mas no puedo.
Mi espiritu no vibra,
mi corazon demora.
Actuo como tu,
me siento como tu,aunque...
no lo soy.
Capto tu andar,
tus emociones.
Conservo del pasado tus
recuerdos y
resguardo con recelo
los sueños venideros.

Soy esa esencia
que vela los caminos oscuros,
como una gota de rocio
anticipa la luz del alba.
¡Valgame el destino!
Un faro,una gargola,
una montaña:
alrededor todo fluye,
todo respira; pero ellos
no participan
del banquete de la vida.
Tal cual,tocaronme
las fronteras cristalinas.
¡Quedate,quedate
frente a mi
o tambien me pierdo
de imitar tu vida!

lunes, mayo 22, 2006

Quebró la noche

Quebró la noche en el reloj
y con trágico andar,
hacia mis ojos tu rostro torció.

Quebró la noche en el reloj
y con cierto tiritar,
a mis labios tu boca volcó.

Quebró la noche en el reloj,
y por tus venas
mi veneno se esparció.

Quebró la noche en el reloj,
y no recuerdas
que más te sucedió.

Pues, te diré:
Quebró la noche en el reloj,
y sin palpitar,
a mis pies tu cuerpo tumbó.

jueves, mayo 18, 2006

Labios enemigos III

Como iba diciendo, me inicié en el incierto arte de sentir en el mismo instante en el que percibí los encantos de aquel amor prematuro. A este le siguió un período de inefable felicidad, que finalmente concluyó con la negativa por parte del chico en cuestión. Esa fue la primera ocasión en la que me involucre en el “ritual del decir”. Poco antes, para mí no era más que una experiencia repetida en boca de otros, carecía de una historia propia.
Hasta entonces mi imaginación se prestaba para recrear en mi mente las fábulas más pintorescas acerca de aquellos hombres y mujeres que desafiaban al mundo con tal de defender sus sentimientos. A falta de uno propio, me alimentaba del reflejo de esos amores de telenovela. En esos relatos los futuros amantes se conocen y se enamoran a primera vista, pero surge una multiplicidad de problemas que les impiden estar juntos. Después de varias rupturas y reconciliaciones consiguen salvaguardar su amor y terminan uniéndose hasta la eternidad. Palabras más, palabras menos...
Luego, llegó mi turno. Entonces descubrí que leer u observar no es lo mismo que vivir ese tipo de experiencias. Había en juego muchas más cosas de las que me esperaba y los conflictos que se me iban presentando superaban cualquiera de esas series de historias trilladas. Hubo alguien que siguió cada uno de mis pasos, atento hasta del más leve de mis suspiros, aguardando el momento para darle alcance a sus instintos y apartarme de su lado en cuanto los hubo cumplido. Hubo alguien que le dijo “Sí.” a mis sentimientos y a los cinco minutos se corrigió con un “No.” Me rechazó, me ahogué con mi propio llanto y a pesar de todos mis intentos, el recuerdo de aquel paraíso perdido acabó por liquidarme. Yo creía que nada podría resucitarme, esos fueron mis momentos más críticos.
Por algún tiempo, mis emociones se encontraron reticentes a corresponderse con sus pares, pues cuando necesitas meditar y reflexionar acerca de las épocas pasadas, la soledad parece ser la compañera más adecuada. Pero sucede que las oportunidades siempre están a la orden del día. Ocurre cuando menos dispuesta te encuentras, cuando has decidido guardar luto eterno por ese amor difunto. Precisamente cuando piensas que tu vida sentimental está muerta y sepultada para el resto del mundo, tus pupilas vuelven a reflejarse en otro par de ojos.
¿Me negarán que alguna vez les haya ocurrido? Puede ser que estén en lo cierto, pero cuando has vivido tan poco y a la vez de forma tan intensa, aprendes que los sentimientos no son bloques definidos. Tu sentir es un fluido, un elixir contenido en tu interior a punto de ebullición.
Y aún así…a cada instante debo mantener en mi cabeza la vigencia de aquellas secuelas para evitar que el resurgir de ese sentimiento consuma los retazos de mi presente. Tengo miedo, no quiero ser protagonista de otra historia fallida. La persona actual, la novedad no me puede conquistar. No voy a negar que con él me siento a gusto, que su compañía me tienta y que quisiera revelarle de una vez mis misterios más profundos. Pero no puedo confiar en sus palabras, ni en sus besos, ni en sus caricias. Sé que sus promesas van a levantar vuelo y, si no me resisto a sus encantos, volveré a inundar mis oídos con una antigua frase de despedida.
Conozco los riesgos que recaen en mis futuras decisiones, ahora sé cuales son mis opciones. Desde afuera me anuncian que estamos a mitad de la partida, las piezas prestas a realizar el próximo movimiento. Y yo tengo que precisar mi estrategia cuanto antes.
***

martes, mayo 02, 2006

Esta noche...

Esta noche no hay luna que pueda
saciar los apetitos de mi alma.
Siquiera restos de una tarde cualquiera
que enloqueciera con su calma.

Donde se ubican las altas cumbres,
donde los Señores adjudican nuestros roles.
Sabrán ellos cuándo y dónde perderá
el caballero sus antiguas convicciones.

Esta noche no hay luna que pueda
saciar los apetitos de mi alma.
Siquiera restos de una tarde cualquiera
que enloqueciera con su calma.

¿Abandonará él sus viejos supuestos
para beber de lo que le ofrezco?
¿Obedecerá él a sus sentimientos,
o continuará negándolos, como un terco?

Esta noche no hay luna que pueda
saciar los apetitos de mi alma.
Siquiera restos de una tarde cualquiera
que enloqueciera con su calma.

Iluso caballero de sueños comprimidos,
morirá hoy tu andar inerte.
Hastiada estoy de tantos cumplidos:
sírvete de mí o piérdete.

Labios enemigos II

Volviendo a la persona actual, a la novedad. Una vez más me huele a sueño repetido. ¿Qué opciones tengo? El retorno de lo mismo, las palabras habitué "Te quiero, pero como amigo." se amontonan en mis oídos. ¿Qué opciones tengo? Negarme a su vista, prolongar al infinito el reencuentro. ¿Qué opciones tengo? Fingir que no hay rupturas, que mi corazón permanece indiferente ante lo dicho. ¿Qué opciones tengo? Olvidar mi error, desconocer que he concebido el encuentro de labios enemigos.

***

Cada vez que releo las líneas anteriores me doy cuenta que las ideas se amontonan, se ensanchan, forcejean por ganar un lugar: el espacio de agota. ¿Será inevitable concederles la oportunidad de avanzar? No puedo prever a dónde me conducirán, qué sentimientos estarán en juego, cuáles serán los obstáculos que me deparan, cuál será mi posible defensa. Pregunto, cuestiono y repito hasta el hartazgo las mis frases. Vacilo… como una especie de escape a la tarea que me propuse en un principio.
No quiero, lo detesto, lo aborrezco y a la vez, necesito volver sobre mis pasos. Hay situaciones dolorosas, recurrentes, abrumadoras; situaciones de las cuales intento prescindir mientras recorro la galería del recuerdo. Pero no voy a engañarlos: lo que me acongoja no es rememorar por quién fui herida sino cómo permití que eso me ocurriera. Podría haber girado el rostro, tornado mis ojos hacia otra dirección y sin embargo, preferí enajenarme en el deseo.
Había en el ambiente un encanto difícil de ignorar. No sabía hasta dónde llegaría, pero tampoco me importaba. Él se regocijaba explorando a gusto y yo estaba decidida a bajar la guardia y permitirle que adentrara en aquellos territorios que hasta entonces le eran desconocidos. Ambos estábamos allí, ajenos a todo límite, nuestros miedos hechos a un costado. Podría haber sido otro tiempo, otro espacio, otras personas. Es difícil creer que éramos nosotros, mas no hay duda de ello; mis labios, mi piel, mi cuerpo reviven en sueños los ecos de aquel momento.
Silencio... eso fue lo que siguió. Ninguno de los dos se atrevió a dar explicaciones. Simplemente ocurrió lo que debía suceder, cuando debía suceder y donde debía suceder. Si no había nada que decir, todo quedaría en el campo de lo anecdótico. De nuevo volvimos al mundo cotidiano, a las obligaciones diarias, a las labores de siempre. Una vez más, nos ocultamos tras los antiguos roles. En apariencia, todo continuaba como antes. ¿Eso fue todo? Hasta hace poco creía en ese engaño, hasta hace poco, repito, hoy ya no lo acepto.
Cuando tu corazón y tu cuerpo se alteran, pierdes el control y tardas en restablecerte. Durante cierto tiempo desconoces los verdaderos alcances de tus actos. Porque no es sencillo admitir que ya no eres la misma; que dejaste en alguien más un fragmento de tu vida, de tus experiencias, de tus emociones y que ahora posees una parte de esa otra persona. Pero esta metamorfosis no se agota en la piel. Prosigue su camino y desplaza a su paso todo aquello que hasta aquel momento considerabas sagrado. Entonces comprendes, o te desconciertas aún más, pero sabes que tu cuerpo no responde como antes; sabes que desea, rechaza, libera y acoge dentro de sí a un ser inadvertido: cruzaste la barrera que separa lo que eras, de lo que quieres ser.

***

No cabe duda que mi cuerpo se manifiesta en un lenguaje inédito para mí. Esto dificulta mi trabajo, pero me es imposible desistir. Es tiempo de denunciar lo antes acontecido:

En mis ojos creíste hallar consuelo,
de tu boca se fugaron las mentiras y
en mi tierra se encarnaron tus deseos.

Descendimos del cielo hacia el abismo
y fingimos que no había más secretos:
se ocultaron en mi piel
las cenizas de una historia
que decías extinta.

Mis labios se inspiraron en tu cuerpo
y perdí mi voluntad en un impulso.
Pero pronto se negaron tus caricias
y engañaron en silencio a esta niña.

¡Cómo duele vivir sin sentido!
Hay un amor que está inconcluso
y un corazón que no tiene pulso.
***

domingo, abril 23, 2006

Leteo

Todavía pretenden nutrirnos con políticas de compañerismo y buena voluntad, pero ese es sólo un ideal perdido, un sueño flotando entre las tantas pesadillas que abundan en la sopa. Es cierto, el alimento es limitado, podemos sentirnos dichosos si conseguimos que algún líquido decente corra por nuestra garganta. Pero de todos modos, cualquier cosa es preferible a los discursos vomitivos, el peor error que uno puede cometer es dejarse seducir por un restaurador de la solidaridad. Hay que cuidarse de sus misioneros, repeler cualquier tipo de posible encuentro, evitar que se ganen nuestra simpatía. Es difícil escapar, lo admito, porque nosotros a duras penas sobrevivimos y ellos son tantos… es increíble como se multiplican.
A uno le gusta suponer que jamás le sucederá tal cosa y que, llegada la ocasión, uno será más hábil, más rápido que ellos. Entre tanto, nos alivia pensar que nosotros estamos aquí y que ellos están allá, fingiendo que transitamos rutas paralelas. Un día decidimos cambiar (o lo que es más frecuente, nos vemos obligados a hacerlo) y nos salimos del recorrido habitual: tomamos otra vía de acceso, viramos en tal o cual esquina. Eso es todo lo que un misionero necesita para exprimir hasta la última gota de nuestras fuerzas.
A uno se le olvidan todas las recomendaciones, todos los procedimientos que había ensayado para salir victorioso de esa situación. No es nuestra culpa, claro está, pues la creencia de que todos somos expertos es una tendencia humana que sostenemos hasta que abandonamos el plano de la teoría. Porque en la práctica, en la tensión diaria, sale a la luz hasta el más ínfimo rastro de debilidad. Tales condiciones parecen presagiar nuestra derrota. Los misioneros lo saben y lo utilizan a su favor. En estos tiempos, debatir contra un adversario tan vulnerable no es cosa para desaprovechar.
Desconocemos su modus operandi, sólo sabemos que una vez que uno es abordado por un restaurador, puede considerarse prácticamente derrotado. Las palabras, los gritos o los impulsos violentos no representan ningún peligro para el misionero. Es lamentable, pero las estadísticas demuestran que en la mayoría de los casos, ellos tienen las de ganar. Regidos por la primera premisa de su doctrina, la población solidaria posee fuertes lazos de dependencia y cooperación mutua, por lo que no faltará quien, a la muerte de un misionero, organice una búsqueda furiosa para dar con el agresor. Y el destino de este último será peor que perder su vida.
El panorama es bastante desalentador, uno no tiene duda de ello. Nuestra relación con los restauradores solidarios dista de ser pacífica, incluso manteniendo nuestras reservas. Ellos son seres belicosos, listos para arrancarle los ojos al prójimo si este no accede a someterse a su voluntad. Actúan como predadores, como cazadores furtivos. Profesan la libertad e igualdad de todos los presentes y sin embargo, encabezan la lista de los privilegiados. Comida, salud y comodidades forman parte de sus placeres cotidianos. No conocen la tremenda sensación del frío azotando nuestros cuerpos casi desnudos, no oyen el rugir de nuestros estómagos moribundos; no saben, no quieren, se niegan a mirar más allá de sus narices.
En algún momento de la historia de esta pequeña ciudad, la ayuda solidaria fue algo más que un simple imaginario. Ahora es imposible encontrar algún vestigio de aquellas épocas. La solidaridad, como solíamos concebirla, ya no existe. Las buenas intensiones son la gran simulación del hoy. Aquellos que se hacen llamar nuevos solidarios persiguen un único fin, sus propios beneficios. Alimentan nuestras ilusiones, simulan que vienen en nuestro auxilio, que nos conducen al paraíso… Pero todo es evanescente: cuando están seguros que no reclamaremos y que sus privilegios no corren peligro por un buen tiempo, nos devuelven a nuestra realidad de una bofetada. Quienes apuestan al retorno de los viejos tiempos y creen en esta nueva solidaridad, son traicionados y quienes aún batallamos por salvar nuestro pellejo, nos vemos obligados a diluirnos en la marginalidad.
De lo que se trata es de suprimir. Si quieres sobrevivir, tienes que estar preparado para barrer de tu camino todo aquello que perturbe tu andar. Resigna cualquier clase de sentimiento, olvida a tus seres queridos, renuncia a tu identidad por completo. Si lo logras, verás que esa es la única salida: cuando el pasado es difuso, el presente sobrecogedor y el futuro más que desolador, tener esperanzas parece ser un lujo que no pueden darse los pobres.

jueves, abril 20, 2006

Labios enemigos

Escribo porque últimamente estoy dejando que se me escapen algunas cosas y si bien creo que mi memoria se empecina en que no olvide ciertos acontecimientos, me gustaría que a medida que voy clarificando mi sentir, mi pensar colabore para redactarlos, con la mayor de las fidelidades posibles, aquí.
***
Desde que lo conocí, soy yo la que hago las preguntas, la que oriento las conversaciones y él es quien responde, quien de vez en cuando pone un freno e intenta ponerse en el papel del interrogador. Entonces yo contesto y él apunta en su cabeza ciertas palabras clave, ciertos gestos esenciales, algunos sentimientos que permito que reconozca como parte de mi ser. Una recolección de datos, un recorrido por los pasajes más antiguos y renovadores de nuestras vidas. Me doy cuenta que no es la primera vez que hago esto, que ya había intentado mostrar las diferentes vetas de mí misma a quien consideraba que iba a saber servirse de ellas. Y cuanto mayor era mi exposición, menos segura me sentía. Estaba aterrada, es cierto; y a la vez percibía- mejor que él, por supuesto, porque yo comprendía al hombre del que me había enamorado aunque este se hallase en el cuerpo equivocado- que él no comprendía nada. Nuestro mágico encuentro (corrijo, mi mágico encuentro) jamás le había producido siquiera una chispa de emoción.Para aquellas alturas, algunas lágrimas se hubieran deleitado recorriendo mis mejillas, podría entonces adjudicarme el papel de “niña sensible” y disculparme conmigo misma por amar sin ser amada. En este momento, en cambio, no lo haría.Lo que me enamoraba de él, era el personaje que se alojaba transitoriamente en su interior. La admiración por este se manifestó desde el encuentro inicial, supe que allí se escondía, que la invitación ya estaba hecha, lo demás dependía de mí. Pero erré, aquel se había sentido ofendido porque yo no había sabido diferenciar al niño del hombre, al ser profundamente amado del ser meramente fascinado. Y huyó, se alejó de ese pedazo de carne humana y permitió que yo perdiera mi tiempo hablándole de amor a un chico. Era un simple chico, que al igual que yo (como muchos otros) intentaba encontrar a esa persona, llámese alma gemela, media naranja, otra parte, amor verdadero, etc. En efecto, se asemejaba a la persona que yo buscaba- después de todo, ella también se había sentido lo suficientemente encantada por aquel chico como para querer darse un recorrido por sus adentros- mas lo único que conseguí fue desorientar mi camino. No se qué hubiera sucedido si este chico me hubiera hablado de amor. Tal vez yo le hubiese respondido y a la brevedad hubiese estado convencida de que él era el indicado. Sin embargo, el chico me rechazó antes de que yo pudiera concretar el “ritual del decir” (cosas como “te quiero”, “te amo”, etc. cuando el otro dice “te quiero, pero como amigo” y comprendemos que gracias a la negativa de este hemos reducido nuestros sentimientos a palabras frustradas) y eso, aunque doloroso, me liberó.
***
Aunque no quería admitirlo, “el ritual del decir” fue completado. Pero la manera en que se sucedieron los acontecimientos no fue la indicada, como es habitual en mi vida. Debo aceptar que hubo determinadas marcas emocionales que se fueron delineado a medida que le confería soltura a mi alma. ¿Cuál era el problema? Que el medio por el que se proyectó mi sentir terminó por limitar mi accionar. ¿Hasta dónde se puede llegar con una relación forjada en los anales de un mundo quimérico? Si sólo queda allí, muy pronto esa relación dibujará un círculo vicioso que inclemente se cerrará y dejará sin salida alguna a todos sus participantes.Pues bien, así fue como conduje mis actos. Quedé cautiva, me encerré y arrojé la llave por alguna alcantarilla que lleva al “Canal del desconsuelo” o al “Riachuelo de la muerte infame” (honestamente desconozco su nombre, pero cuales fueran esos sitios, no se caracterizan por lo cristalino de sus aguas).
***
Volviendo a la persona actual, a la novedad. Una vez más me huele a sueño repetido. ¿Qué opciones tengo? El retorno de lo mismo, las palabras habitué “Te quiero, pero como amigo.” se amontonan en mis oídos. ¿Qué opciones tengo? Negarme a su vista, prolongar al infinito el reencuentro. ¿Qué opciones tengo? Fingir que no hay rupturas, que mi corazón permanece indiferente ante lo dicho. ¿Qué opciones tengo? Olvidar mi error, desconocer que he concebido el encuentro de labios enemigos.

Lux!!!

sábado, abril 15, 2006

Pacto

Y sellaron aquel pacto,
cual endeble contacto,
que arrebata vuestra esencia.

Del paramo,
perfume de amapolas,
cuelese en sus entrañas.

Niña que alada me arropas en sueños;
el rubor de primavera
colapsa vuestras mejillas.

Cbox

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