sábado, septiembre 30, 2006

Cómo decirte

Puedes perder tus miedos,
tu huésped seré esta noche,
y cumpliré tus deseos,
sin emitir ningún reproche.
Pero mañana, olvida mi visita
pues cuando despiertes
me habré perdido de tu vista.

Estoy libre de pasiones,
no me persigas,
no me rindas culto.
Mi corazón todo lo resiste
porque está oculto.
Tú aceptaste mis condiciones,
no te hagas el ofendido.
Si encuentras tu cuarto vacío
date por vencido.
¡Cómo decirte!¡Cómo explicarte!
Sueños no tengo, tampoco esperanzas
y mucho menos, un alma.
Simplemente, nunca me despido:
yo volteo con calma
y prosigo mi camino.
¡Cómo decirte!¡Cómo explicarte!
Es muy sencillo,
no pienso amarte.

domingo, septiembre 17, 2006

Sopa de letras

Me gustaría referirme a uno de los primeros sucesos en el cual me vi involucrada con la lectura. Ocurrió que a la edad de tres años, en pleno auge de la curiosidad, encontré entre las fotos de la familia una hoja rectangular doblada en cuatro partes. En una de ellas había unos dibujos, a mi parecer, eran deformes manchas oscuras. Desplegué la hoja y entonces la figura anterior me resultó mucho menos atractiva que lo que se me presentaba en ese momento: enroscadas líneas azules que flotaban sobre pequeños puntitos negros. Intrigada por mi hallazgo, corrí a buscar a mamá para preguntarle qué era aquel papel tan extraño que se encontraba entre mis fotos. Ella tomó el papel con ternura y, mientras le echaba un vistazo, me decía: “Nombre: S*** S*** A***. Fecha de nacimiento: 21 de junio de 19**. Lugar: Avellaneda. Impresión del pie derecho.” Leyendo la última oración, mamá se inclinó hacia mí y me señaló aquellos manchones negros que en un principio habían llamado mi atención. Esa fue una sensación nueva. Lo que yo suponía que eran simples dibujos ininteligibles en verdad contenían parte de mi historia. Esos datos, de los cuales apenas tenía conciencia, estaban plasmados allí. El juego de las letras se estaba iniciando para mí.
Durante los días siguientes toda hoja que encontraba con aquellos simpáticos dibujitos se la llevaba directo a mamá o al adulto más próximo, para que me revelara el misterioso secreto que portaban esos tesoros de papel. Tan atareado tenía a todo el mundo que quizás por eso mi incorporación al jardín de infantes fue bastante apresurada. Aunque no tenía la preparación necesaria como para leer y escribir efectivamente, a través de los juegos estaba intentando aprehender el significado de aquellos signos. Al empezar la primaria, la situación cambió y, a la fuerza, tuve que hacerme amiga del abecedario: lo que antes era un juego se convirtió en una condición necesaria para continuar con el aprendizaje. En esta época mis intereses se ampliaron y el gusto por la lectura - antes un bien escaso del que quería adueñarme - dejó de hallarse entre mis actividades favoritas.
No obstante, conforme pasaban los años, me surgían nuevas inquietudes – relacionadas con el mundo más allá del entorno inmediato – y aunque podía preguntarle a otros, escuchar la radio o mirar la televisión, reencontré en la lectura una forma de franquear esas barreras espaciales y temporales. Fue en esta nueva empresa cuando, yendo de diario a revista y de revista a libro, la balanza se inclinó hacia la literatura. En especial, me cautivó la literatura fantástica, aunque esta me remitió a otros textos y, con ellos, a una mezcla de escritores clásicos y contemporáneos. Podría destacar muchos, pero para sintetizar mencionaré a un libro y a un escritor que siempre me atrajeron y que hasta el día de hoy no me canso de leer y releer: Rimas, de Gustavo A. Bécquer. Esta segunda fase de mi vida coincidió con la masificación de la Internet. ¿De qué manera influyó en mi historia como lectora? En primer lugar, navegar por la red me permitió encontrar a personas que compartían las mismas afinidades. Así fue como comenzó mi participación en foros virtuales y listas de correo electrónico referidos a determinados géneros literarios y autores. En segundo lugar, porque a través de estos medios tuve la posibilidad de ingresar en un club de lectores y de asistir a las reuniones mensuales. Creo que esa clase de oportunidades fueron las que me incentivaron a no abandonar mi actividad de lectora ya que tomé conciencia de los múltiples campos de acción en los que la palabra escrita deja su marca. Estas reflexiones me llevaron hacia otra etapa: el desdoblamiento entre lector y escritor.
Desde aquel entonces, leer y escribir irían juntos de la mano. Los tiempos que corren me lo confirman. ¿Qué leo en el presente? Lo que predominan son los textos académicos, pero trato de hacerme un lugar para lo que más me gusta y, de tanto en tanto, alterno con alguno de los cuentos de Cortázar que adquirí en la última feria del libro. ¿Qué escribo en la actualidad? Mmm… listas para las compras, notitas con direcciones y teléfonos, e-mails, apuntes de las clases, resúmenes, monografías, y poemas, cuentos y reflexiones en los ratos libres.

Complejos preteritos

Si me anhelas,
si te cubres con mis brazos,
si te cobras con mis besos,
si te pierdes entre mis senos,entonces…
Yo puedo apartar mis recuerdos,
yo puedo enmudecer mis proyectos,
yo puedo suprimir mis miedos;
y alzar el pecho,
recorrer tus deseos con una mirada,
iluminar tus ojos con una sonrisa,
danzar mis labios sobre tu cuello,
y repetir este ciclo,
por siempre,
para siempre,
junto a ti.

Pero ante todo,
hay algo que debes saber,
yo no gusto de comparaciones:
no soy historia antigua,
ni amor de copia,
ni mujer repetida,
esa no soy yo.

Yo no puedo sembrar en la hiedra,
yo no puedo nadar en el vacío,
yo no puedo vivir hacia atrás;
y quebrar mis fuerzas,
beber mi boca del veneno,
violentar mi voz por el desprecio,
ahogar mis ojos en el silencio…
esa no soy yo.

Entiende,
aquella se alquiló otro espacio,
aquella se apartó de escena,
aquella no volverá.

Ella es pasado,
yo soy presente.

Estoy a tu lado,
quita la última espina,
limpia este camino.
Hacia ti va la alegría,
toma mi mano.
Apuesta a este día,
todo te será dado,
mas no me quieras por analogía.

Que no daria...

Que no daria yo
por proyectar sobre tu almohada
el destello de mi alma.

Que no daria yo
por perder entre tus mantas
la avidez de mis entrañas.

Que no daria yo
por extraer de tu mirada
una pizca de esperanza.

Tu

Yo, doncella taciturna.
Tú, caballero errante.

Tú, que con la soltura de tu andar
cautivaste mis suspiros.

Tú, que con el perfume de tu aliento
embriagaste mis sentidos.

Tú, que sin preverlo
transitas mi camino.

5 minutos II


Malvina permaneció pensativa, escrutando cada movimiento del rostro de Franco. Él... al parecer, estaba, quizás, ¿turbado?, pensó ella tratando de leer su expresión. ¿Qué fue lo que no entendió? ¿Y con qué razón quería indagar en los motivos del rompimiento? Tal vez pensaría en el qué dirán de sus amigos, como siempre lo hacía, como siempre lo hizo...
Ya desde el primer día en el que se habían encontrado, Malvina había sentido una enorme atracción hacia Franco. Lo había visto con el alma destrozada y el corazón partido. Desconocía las causas que lo habían llevado a tal extremo, pero como respuesta a aquel triste descubrimiento en el interior de Malvina comenzó a gestarse un fuerte sentimiento. Entonces ella no pudo evitar demostrar su preocupación y actuó con toda naturalidad, como si ese muchacho no fuese un total desconocido: le ofreció un hombro en el cual descargar sus penas. Al poco tiempo se hicieron muy unidos y compartían cada momento que podían. Franco iba recuperándose día a día de la pérdida de su madre y Malvina creía que no se había equivocado al hacerle caso al amor que se estaba expandiendo dentro de ella. Por desgracia, muy pronto tuvo la desdicha de conocer la otra cara de su relación con Franco. Desde un principio Malvina se había dicho a sí misma que con tal de salvaguardar su amor, sería capaz de enfrentar cualquier obstáculo; porque creía que mientras permaneciera al lado de Franco, nada le faltaría. Mas las acciones de Franco se encaminaron hacia otros rumbos. Él pretendía estar con ella, pero a la vez no podía desprenderse del resto del mundo. Él siempre le recordaba que sostener aquella relación le reportaba grandes sacrificios y conflictos: porque él tenía una posición económica bastante placentera y ella venía de un hogar modesto; porque su padre era uno de los benefactores del colegio y uno de los hombres más influyentes dentro de la institución y ella era tan sólo una alumna becada; porque sus amigos le decían que ella era una interesada y por eso él, en cada ocasión en la que intentaba defenderla, terminaba discutiendo con ellos, etc. Y aunque Malvina reconocía todas esas trabas, no podía dejar de notar que Franco estaba tan pendiente del mundo exterior, que descuidaba su mundo interior y, con ello, permitía que ella se sintiera cada vez más relegada.La vacilación de Malvina iba en aumento, a pesar de que ella intentaba poner todo su empeño para no pensar en ello. Hasta que un día sucedió algo que terminó por dilapidar la poca firmeza que todavía tenía la relación. Aquello había ocurrido un par de días atrás, en el cumpleaños de Franco. Con ayuda de algunos de sus allegados, Malvina le había organizado en el colegio una fiesta sorpresa. Había pasado varias semanas planificándolo todo, atendiendo hasta el más ínfimo detalle, y cuidándose de que Franco no se diese por aludido. Al final, la fecha señalada había arribado y la celebración se estaba llevando a cabo con mucho éxito. Malvina se sentía satisfecha pues, él se veía sorprendido y feliz, disfrutando de su cumpleaños. Parecía que nada podría alterar aquel día ideal, hasta que llegó el momento de traer el pastel. El homenajeado estaba sentado a la cabecera, el pastel delante de él, sus amigos le rodeaban y cantaban con ánimo. Malvina era la encargada de apagar las luces para dar una ambientación más apropiada al momento, por lo que tardaría algunos instantes en regresar. Pero cuando Malvina cumplió con su tarea y volteó el rostro en dirección a la mesa, el alma se le cayó al suelo. Franco no había advertido que ella no estaba presente, o tal vez lo había notado y tampoco se había molestado en aguardarla. Fuese como fuese, él ya había pedido sus deseos, soplado las velas y ahora estaba saludando al resto de los invitados. Malvina quiso acercársele, abriéndose paso entre la multitud, mas le fue imposible. Le gritó, le hizo señas con las manos, pero tampoco tuvo suerte. Todos sus intentos por llamarle la atención fallaron. Como una persona fuera de lugar, Malvina contemplaba estupefacta aquella escena: Franco se hallaba alegre y divertido, parecía ser que nada más le faltaba. Todo le indicaba que ella era quien estaba de sobra.Recién cuando la fiesta se hubo acabado y todos se hubieron ido a sus respectivos dormitorios, Malvina pudo alcanzar a Franco. Se aproximó y le rozó el hombro, mas este le apartó la mano con un gesto desdeñoso, argumentando que estaba demasiado cansado y que se iría a dormir de inmediato. Y a partir de aquel incidente, Malvina supo que no se equivocaba al pensar que ella estaba ausente en el corazón de Franco.Como en cada momento compartido, los recuerdos no se apiadan en demostrárselo. Como todas las veces en que ella había quedado en segundo lugar..., siguiéndolo, teniendo la certeza de que él quizás ni la notaba..., que sólo la veía cuando estaban sin testigos... Ellos se iban distanciando día a día, y Franco jamás se había dado por enterado. Y en el momento presente, el hecho de que él no se diese cuenta de lo que ella había sentido a través de aquella tortuosa relación, la hacía volver al punto de donde había partido: Malvina no podía aspirar a otra cosa que no fuese estar en segundo rango en la vida de Franco.Sin embargo, al salir de sus pensamientos volvió a contemplar el rostro de Franco y con sorpresa se percató que había algo en él que la relajaba. Tal vez, después de todo, podía ser que… él estuviera comenzando a asimilar la verdad. Malvina sonrió con tristeza.***— ¿Qué fue lo que no entendiste? —preguntó calmada.— ¿Qué me explicaste, que yo no pude haber entendido? — le espetó Franco con tono sarcástico. Ya no lograba captar nada de lo que podía llegar a pasar por la mente de Malvina. Ahora la encontraba calmada, con rastros de melancolía en su faz. Aquello no le gustó para nada. Prefería que continuase con su llanto, eso le daba más esperanzas y fuerzas para animarse a preguntar. — ¿Qué quieres decir? — inquirió la chica sin perturbarse¿Acaso se hacía la desentendida para que Franco tuviese que interrogarla abiertamente? ¿Acaso pretendía que él le implorase ante sus pies? El chico dudó en continuar. Malvina comenzaba a impacientarlo, y él no sabía como seguir. Vaciló, antes de hablar, con la voz un tanto áspera, ya que sentía que ella, inconcientemente, estaba ejerciendo una fuerte presión sobre él.— ¿Por qué estás rompiendo conmigo?¿Cómo contestar al interrogante?, se dijo la chica. Y otra pregunta la invadía sin aún haber tratado de formular la respuesta de la anterior: ¿Importaba ya? Malvina se encontró sin nada que decir. Pero debía juntar valor y explicárselo, sin reproches. Porque empezaba a comprender que si Franco no se había dado cuenta del gran dilema que había tomado forma delante de sus propias narices, no era del todo culpable. Él nunca le había mentido, ni prometido más de lo que daría, porque, en realidad, no le había prometido nada. Era sólo su manera de ser. Si no la aceptaba, era el problema de ella. Y ella ya no podía vivir así. Era sencillo.— Porque... — titubeó, buscando las palabras adecuadas. Pero no había nada más simple que las que se le soltaron al mismo tiempo que las lágrimas volvían a abultarse en sus ojos — …tú no me quieres. — trató de recobrar la compostura, no quería dar lástima. Buscó su mirada, dándose cuenta de que Franco no esperaba esa respuesta. Decidió ir con la verdad, tratando de aparentar un porte decidido. — Porque, aunque suene cursi y fantasioso, cuando empezamos a salir, yo esperaba que lo hicieras. Porque, poco a poco, me fui percatando que había otras cosas, muchas otras cosas, más importantes antes que yo. Yo estaba dispuesta a pelear contra ello. Es más, lo hice durante mucho tiempo. Pero nunca te percataste de mi lucha y mucho menos de mi derrota. Resolví terminar contigo porque… — volvió a estallar en lágrimas sin poder contenerlas — …eso me duele... muchísimo. Y no lo pudo aguantar más.Franco había quedado aún más anonadado de lo que había estado cuando la oyó decir, al principio de su conversación, que lo dejaba. Y se le encogió el pecho de angustia. Se había quedado estupefacto, sin saber si alegrarse de que tal vez haya una reconciliación, o tirarse a llorar con ella por todo lo que ésta había sufrido. Sabía que volver con ella iba a significar un golpe bajo a su orgullo. Tenía que sondear el terreno para ver cuánto había sido golpeado el de ella. Y ver si en realidad podía darle lo que ella necesitaba.Se aproximó un tanto hasta quedar a tres escalones de distancia. Notó que Malvina trataba de apaciguarse al verlo acercarse. Y con la expresión más calma que pudo mostrar, le espetó:— ¿No pudiste haberme dicho esto antes de que tomaras una decisión?— ¿Hubiese cambiado eso las cosas? Sonaría todo como reproches, y te pondría aún más en contra mío.— Tal vez hubiesen sonado como reproches... — murmuró, pero las palabras murieron sin terminar la oración. Sin embargo, aquello le hubiese advertido que algo andaba mal; y, de alguna manera, hubiese intentado revertir la situación sin llegar al extremo en el que se encontraban ahora, reflexionó él. Apartó los ojos de los de ella, pensando en una forma de revertir la dirección en que iban las cosas. Comenzó a meditar en las veces en que ella decía que él ni la notaba... pero Franco estaba plenamente conciente de que Malvina lo acompañaba... ¿Qué más quería? ¿Que él estuviera pendiente todo él día de ella, y que todos lo vieran? Franco estaba pendiente, sólo que nadie debía saberlo, ni siquiera la misma Malvina...— Entonces llegamos a la misma situación — emitió la joven tratando de interpretar su silencio. Obviamente, Franco no tenía nada que decir. ¿Qué esperaba ella? Se arrepintió de haber permitido que la fe que aún depositaba en esa moribunda relación quisiese dominarla una vez más. Por un instante ella había creído que.... — Escucha, yo no aspiraba a que fueses un hipócrita por un simple capricho mío... Lo que sentía por tí era auténtico. Incluso traté de darte señales de alerta y tú fuiste indiferente a ellas. Por eso me dije a mí misma que ya nada podía hacer, que el cambio debía nacer de tí.Franco vio su rostro, impregnado de una debilitante resignación. Él no deseaba mentirle. Tal vez no podía ni podría darle lo que ella quería. El pánico comenzó a asaltarlo. Encontró su mirada, y se las ingenió para esbozar una frase, aunque sin saber adónde quería llegar. Sólo ansiaba tenerla devuelta.— Malvina, debes saber que no puedes ser la razón principal de todo lo que hago. Yo tengo amigos, una familia de buena posición, los estudios...Malvina miró hacia arriba, con aire exasperado. Luego volvió sus ojos hacia él, y le dijo, ya impaciente, pero con una suave expresión:— Es que yo no quería eso. Todavía no entiendes. Yo sólo deseaba que me quisieras. Podíamos vernos sólo una vez a la semana, pero con tal de saber que me querías, yo era feliz. Yo te iba a seguir donde sea, estar después de cualquier situación, con tal de saber que me amabas de la misma forma que yo lo hacía. — Malvina hizo una pausa para luego continuar. — Creo que ya se nos han terminado los 5 minutos.Los argumentos se le habían acabado, y ya no tenía nada que añadir. Trató de no volver a llorar al contemplarlo tan impasible como siempre; Franco permanecía mudo, no pensaba pronunciar palabra alguna. Entonces, llena de vergüenza ante las lágrimas que no dejaban de fluir, ella comenzó nuevamente a ascender por las escaleras.— Pero, yo... — soltó Franco, desesperado. Malvina apresuraba el paso y no tenía intenciones de mirar hacia atrás. La había descuidado, había permitido que su amor propio, su arrogancia, lo separaran de la persona que tanto quería... pero que nunca se lo había dicho. Durante todo aquel tiempo...eso era todo lo que ella deseaba.Entonces subió con los escalones que le faltaban para alcanzar a Malvina y la tomó de la mano. Ella se detuvo, mas no volteó el rostro. Franco se le acercó aún más y le dijo al oído —...te quiero. ¿Es que acaso no lo sabías?
***

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